Revista Científica de UCES Vol. 27, N° 1
(Enero - Julio de 2022)
ISSN Electrónico: 2591-5266
(pp. 1 -16)
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DE NIÑO A HOMBRE. EL DEBUT SEXUAL EN VARONES HETEROSEXUALES
COMO UN RITUAL DE INICIACIÓN
1
Noelia A. Meuli
2
meulinoelia@gmail.com
Fecha de recepción 14 de junio de 2022
Fecha de aceptación: 18 de junio de 2022
ARK/CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25915266/aajwv324q
RESUMEN
Este trabajo presenta lineamientos de una investigación exploratoria sobre
masculinidades y el debut sexual. Desde una perspectiva sociocultural, se aborda el significado
y sentido de este rito de pasaje, que marca una transformación en la vida de un varón hacia la
concepción de "ser hombre", más allá de la edad cronológica.
El estudio se realizó en 2019, mediante encuestas aplicadas a 20 varones de entre 20 y
35 años, todos ellos estudiantes universitarios. Las encuestas fueron anónimas y confidenciales,
combinando preguntas cerradas y abiertas que permitieron a los participantes explayarse
libremente.
Metodológicamente, los datos fueron interpretados en dos etapas. En la primera, se
analizaron individualmente las respuestas de cada participante, elaborando una "hoja de ruta"
que buscaba configurar su historia de vida y opinión general. Posteriormente, se integraron
todos los resultados para construir una visión más amplia y compleja de las experiencias
compartidas, enriqueciendo el análisis con un enfoque cualitativo que trasciende lo
estrictamente cuantitativo.
1
Artículo Original aceptado para su publicación el día 14 de junio de 2022.
2
Licenciada en Ciencias de la Comunicación UNT, Fac. Filosofía y Letras. Diplomatura Superior en
Comunicación y Género, especializada en comunicación, género y Derechos Humanos.(CIM), (AFSCA) y
(OEA). Integrante como investigadora y productora de contenido en el Centro SOMOS NOA. Tucuman-
Argentina. Centro especializado en estudios de género, diversidad y masculinidades.
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ABSTRACT
With the aim of presenting some exploratory research guidelines on masculinities and
sexual debut, this work approximates results on the meaning and meaning of this rite of passage
from a sociocultural perspective that, beyond age, produces a break in the life of a man, who
will become a man.
The surveys were conducted in 2019 on 20 men between the ages of 20 and 35, all of
them university students. They were anonymous and confidential, the questions were closed
and open, with the possibility that the participant could elaborate as much as he wanted.
As a methodological process: the interpretation of the data was carried out in two
instances; First, each of the surveys was processed, analyzing the responses individually and
then proceeded to integrate them to make a "road map" for each member trying to configure a
life story, an assembly of general opinion of each respondent. Once the conclusions of each
one were reached separately, all the results were integrated together to have a broader and
richer notion of the samples, configure a more general and complex picture and go beyond a
quantitative analysis.
RESUMO
Este trabalho apresenta os contornos de uma pesquisa exploratória sobre
masculinidades e o debut sexual. Sob uma perspectiva sociocultural, aborda-se o significado e
o sentido desse rito de passagem, que marca uma transformação na vida de um homem em
direção à concepção de "ser homem", além da idade cronológica.
O estudo foi realizado em 2019, por meio de questionários aplicados a 20 homens entre
20 e 35 anos, todos estudantes universitários. As pesquisas foram anônimas e confidenciais,
combinando perguntas fechadas e abertas que permitiram aos participantes se expressarem
livremente.
Metodologicamente, os dados foram interpretados em duas etapas. Na primeira, as
respostas de cada participante foram analisadas individualmente, elaborando-se um "mapa"
que buscava configurar sua história de vida e opinião geral. Posteriormente, todos os resultados
foram integrados para construir uma visão mais ampla e complexa das experiências
compartilhadas, enriquecendo a análise com uma abordagem qualitativa que transcende o
estritamente quantitativo.
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INTRODUCCIÓN
Rituales de pasaje e iniciación
Los ritos son prácticas culturales que reflejan costumbres y hábitos casi invariables,
establecidos por normas o reglas dentro de un contexto cultural o religioso. Estas prácticas
poseen un significado profundo, sostenido en las creencias de quienes participan, y constituyen
una forma explícita de simbolizar y transmitir ideas, conceptos y valores. Los ritos tienen un
carácter tradicional, comunitario y colectivo, articulando narrativas complejas que reflejan su
importancia tanto a nivel subjetivo como colectivo. Aunque las bases culturales que los
sostienen son dinámicas, mantienen prácticas repetitivas y constantes en el tiempo, preservando
aspectos identitarios fundamentales que consolidan la tradición de una cultura específica.
Desde la perspectiva de Bourdieu (1993), los ritos de paso son definidos como ritos de
consagración o legitimación. Estos ritos cumplen la función esencial de establecer una
diferencia duradera entre quienes participan del ritual y aquellos que no lo hacen. Según el
autor, “instituir una diferencia duradera entre aquellos a los que atañe el rito y a los que no les
atañe” (p. 113) es central para comprender su impacto sociocultural.
El ritual, como práctica concreta, es el espacio en el que el rito se materializa. En él, se
integran costumbres, modos de comunicación, símbolos, gestualidad, atuendos y diversos
objetos que dan forma a la narrativa del rito, contribuyendo a la consolidación de la tradición
cultural. Dependiendo de la sociedad, los rituales pueden ser rigurosos y estrictos o más
flexibles y permisivos. A pesar de estas variaciones, el ritual siempre desempeña un papel
fundamental en la configuración de la identidad tanto individual como comunitaria.
María C. de Lacerda (2014), al estudiar las obras de Víctor Turner (1982, 1997, 1998),
analiza los rituales desde un contexto antropológico, argumentando que estos permiten
comprender las dinámicas socioculturales de las sociedades emergentes. Según Lacerda, es
esencial adoptar perspectivas flexibles para interpretar cómo operan estos eventos en el marco
de las contradicciones y nuevas formas de relaciones sociales propias del contexto
contemporáneo.
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En esta investigación, una de las hipótesis iniciales fue que el debut sexual, tal como se
concebía en décadas pasadas, estaría asociado a una obligación o imposición social ejercida
por varones mayores del círculo familiar o social. Sin embargo, los resultados revelaron que
esta premisa no es válida para la mayoría de los casos estudiados. Los datos muestran que el
debut sexual, en la actualidad, parece ser una decisión más personal, marcada por las ganas y
posibilidades del sujeto, y menos influida por presiones externas.
Esto sugiere que, como toda práctica social, este ritual se ha adaptado y flexibilizado,
evidenciando la temporalidad inherente a los ritos. No obstante, es importante señalar que,
aunque el debut sexual sea más voluntario en términos generales, esto no garantiza que sea
siempre deseado o plenamente consensuado, como explicaron algunos participantes
3
de este
estudio.
Víctor Turner, al interpretar los rituales y los comportamientos de las personas a través
de una metáfora teatral, propone que estudiar los ritos de pasaje e iniciación permite
comprender cómo la cultura refleja y transmite conocimientos y saberes colectivos. Desde esta
perspectiva, y considerando que el debut sexual puede interpretarse como un rito de pasaje y
de iniciación, es posible identificar marcas que reflejan la forma en que la masculinidad
hegemónica se inscribe en este evento. Aunque los significados asociados al debut sexual han
cambiado, este sigue siendo un ritual significativo para muchos varones, funcionando como un
umbral simbólico entre la niñez y la adultez masculina.
A pesar de las transformaciones culturales, tanto el rito como el ritual permanecen
vigentes debido a su capacidad de adaptación y mutación. Los rituales no son estáticos ni
atemporales; su relevancia depende de su habilidad para ensamblarse en los procesos
evolutivos de la cultura a la que pertenecen. Este dinamismo es particularmente evidente en los
rituales de carácter secular o mundano, cuya persistencia depende más de prácticas cotidianas
que de creencias religiosas o trascendentales.
En el caso específico del debut sexual, los varones que han pasado por esta experiencia
suelen convertirse en referentes para las generaciones posteriores, funcionando como guías
3
Todos los varones encuestados se autoperciben varones, cis-género, heterosexuales. Asimismo cuentan que su
debut fue con una mujer también cis-género en todos los casos a excepción de uno solo de ellos que aún no se ha
iniciado sexualmente. En cuanto si hubo intercambio de dinero o no, los encuestados dijeron no haber pagado por
sexo y que el acontecimiento se dio por su propia decisión.
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dentro de un sistema de prácticas colectivas que refuerzan una identidad grupal. Sin embargo,
estas prácticas no son completamente homogéneas, ya que pueden adaptarse a circunstancias
particulares y cambiar con el tiempo.
Cuando hablamos de masculinidad hegemónica, nos referimos a una construcción
sociocultural que establece parámetros, roles y expectativas de género asociados al ser un
"varón cis-heteronormado". Este modelo hegemónico, sostenido por patrones simbólicos y
comunicativos colectivos, define quién es considerado un "hombre" en oposición a un "niño"
dentro de un contexto sociocultural determinado. Aunque cada varón vive su masculinidad de
forma subjetiva y situada, persisten estándares normativos que siguen marcando esta transición.
Es aquí donde el debut sexual actúa como un rito de pasaje, funcionando como un marcador
simbólico entre estas dos etapas.
Arnold Van Gennep (1978) define los ritos de pasaje a través de tres fases principales:
1) Separación: El sujeto se desvincula de sus antiguas ventajas y deberes dentro de su
entorno social.
2) Transición: Fase central que implica una transformación ontológica de los individuos.
3) Incorporación o reincorporación: El sujeto asume un nuevo estado de
responsabilidad y roles sociales (Lacerda, 2013, p. 55).
Esta estructura teórica permite analizar los testimonios de los participantes de esta
investigación en relación al rito del debut sexual. En este contexto, se observan diferentes
grados de conflicto y dificultad en las etapas de separación y transición. Varios participantes,
salvo uno que aún no ha debutado sexualmente, relatan temores, dudas, incertidumbres y
contradicciones vividas durante este proceso. Estos relatos reflejan que el abandono de un
estado previo para asumir otro no es trivial, sino un evento significativo con implicaciones
personales y sociales.
El debut sexual, entendido como un rito de pasaje, marca el inicio de una nueva etapa
en la vida de los varones, dentro de la cual no hay retorno. Desde una perspectiva patriarcal,
este momento representa el ingreso a un modelo socialmente esperado: convertirse en un varón
sexualmente activo. Si bien el hecho de debutar no es suficiente para completar la construcción
de la masculinidad hegemónica, constituye un paso importante hacia este ideal socialmente
deseado.
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Las primeras muestras de las implicancias del pasaje
Desde el marco de los estudios de género y masculinidades, este trabajo aborda los
parámetros de un varón hetero-cis-normado respecto al sexo y la sexualidad, y cómo estos
definen las expectativas asociadas a un hombre que desea mantenerse dentro de los estándares
de masculinidad hegemónica. A partir del análisis de los resultados obtenidos en las entrevistas,
se identificaron coincidencias con la teoría del ritual desde una perspectiva patriarcal y
androcéntrica, lo que refuerza ciertas implicancias compartidas en torno al debut sexual. En
particular, se destacaron tres puntos específicos:
1) La distinción entre sexo y amor:
La mayoría de los participantes mencionaron la ausencia de un vínculo sentimental o
afectivo, ya sea superficial o profundo, durante su primera experiencia
4
sexual. En
cambio, relataron encuentros casuales, mayormente con mujeres recién conocidas.
Ejemplos de las respuestas incluyen: “No existía un vínculo de cercanía sentimental
con la otra persona” o “No era mi novia ni nada, nos conocimos esa noche y pasó”.
Este distanciamiento emocional revela cómo el debut sexual, bajo la masculinidad
hegemónica, se disocia de la construcción afectiva, priorizando la acción sobre el
vínculo.
2) La falta de comunicación:
Las entrevistas evidenciaron un diálogo prácticamente nulo entre los participantes y sus
parejas sexuales, acompañado de una autocensura previa. Un ejemplo recurrente fue el
miedo a reconocer la falta de experiencia, como menciona un participante: En ese
momento no me animé a decir que no tenía experiencia y que era mi primera vez”. Esta
desconexión comunicativa impide comprender las necesidades y deseos mutuos. Es
relevante destacar la distinción que algunos participantes hicieron entre las nociones de
“voluntario” y “deseado”. Mientras que la mayoría señaló que el encuentro fue
voluntario, pocos lo describieron como deseado. Solo tres hombres mencionaron que
la experiencia fue voluntaria y deseada, y únicamente uno consideró que también lo fue
para su pareja.
3) La supresión de la vulnerabilidad:
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Es importante señalar que todos los entrevistados tuvieron su debut sexual con una mujer, ya que esta pregunta
fue realizada explícitamente y que todos ellos se perciben varones hetero-cis-género.
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La masculinidad hegemónica reprime cualquier expresión de vulnerabilidad, ya que
esta podría poner en riesgo la imagen de seguridad, capacidad y actividad que se espera
de un varón. Los participantes relataron la necesidad de aparentar confianza, incluso
cuando se sentían inseguros o desorientados. Un ejemplo ilustrativo es el siguiente
testimonio: “Sentí que fue como lo esperaba, aunque no logré concretar un orgasmo.
No sabía bien qué hacer, pero no dije nada”. Otro participante reflexionó: “Sentía
mucha curiosidad, pero era muy chico (...) Antes del debut me diría que no esnervioso
y, durante, que no piense tanto: si lo estoy haciendo bien o no, solo hacerlo y ya”. Estos
relatos subrayan cómo las expectativas del deber ser moldean la experiencia, relegando
las emociones genuinas.
El ritual como sistema cultural:
El camino hacia la madurez masculina puede ser interpretado desde la perspectiva de
Stanley Tambiah (1998), quien describe el ritual como un sistema cultural de comunicación
simbólica. Según el autor, el ritual se compone de secuencias ordenadas de palabras y actitudes
que presentan grados variables de formalidad, convencionalidad, estereotipos y rigidez. Estas
características performativas se expresan en tres niveles:
1) Performatividad convencional: Un acto ritualizado que tiene consecuencias
simbólicas y prácticas, como cuando se dice “sí” en una ceremonia de matrimonio.
2) Performatividad experiencial: Los participantes experimentan intensamente una
actuación que emplea diversos medios expresivos, como ocurre en celebraciones
colectivas (por ejemplo, el carnaval).
3) Performatividad representativa: Las acciones rituales permiten inferir y transmitir
valores durante su representación. (Peirano, op. cit., p. 11).
La idea de acción performativa se define como un atributo intrínseco de la acción y el
lenguaje, capaz de comunicar, transformar, y modificar tanto a los individuos como a sus
contextos (Peirano, op. cit., p. 40). Estas actuaciones se hacen visibles y son moldeadas por las
prácticas de las personas en función de su sexo-género. En este sentido, pueden interpretarse
como construcciones sociales que imponen un género sobre los cuerpos, apelando a la clásica
dicotomía mujer-varón o femenino-masculino.
Diferencias de género en los rituales de iniciación sexual
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En las sociedades latinoamericanas, los rituales de iniciación sexual presentan marcadas
diferencias de género. Para los hombres, el debut sexual suele ser promovido activamente,
asociado con la idea de convertirse en un "verdadero varón": potente, heterosexual, capaz de
reproducirse y con licencia para la promiscuidad. Por el contrario, el debut sexual de las
mujeres está rodeado de discursos que tienden a retrasar y controlar su iniciación, destacando
valores como la virginidad, la pureza y la exclusividad.
En términos generales, en una sociedad patriarcal, la conservación de la virginidad es
considerada un valor central para niñas y mujeres jóvenes. La expectativa cultural promueve
que cuanto más se retrase el debut sexual, mejor será, idealizando la espera hasta encontrar al
“hombre indicado”. En contraste, para los hombres, la virginidad suele ser vista como un estado
indeseado, socialmente humillante y que se busca abandonar con rapidez, marcando una
diferencia importante en los valores atribuidos a la iniciación sexual según el género.
La formación social a través de los rituales
Siguiendo esta línea de análisis, la autora Lucía Rangel (1999) realiza un aporte
significativo al estudio de los rituales de iniciación en el contexto del pasaje de la infancia a la
madurez. Según Rangel, esta transición es un problema común a todas las sociedades humanas,
cuyo objetivo es formar adultos autónomos y productivos para la comunidad. Como explica la
autora:
"La formación de la persona requiere de cada sociedad un conjunto de prácticas sociales
asociadas a las referencias culturales vigentes, que implican la elección de estrategias y
objetivos con respecto a la persona que se va a formar" (Rangel, 1999, p. 147).
En este sentido, la formación social implica un esfuerzo colectivo significativo,
constituyendo una inversión de recursos tanto económicos como simbólicos. Este esfuerzo es
especialmente notable en sociedades posmodernas y capitalistas como las nuestras, donde las
expectativas hacia los individuos tienden a estar orientadas a la productividad y la eficiencia.
Este enfoque contrasta con comunidades que mantienen sistemas de vida más autóctonos y
autogestionados, en las que los rituales de iniciación pueden responder a objetivos más
colectivos y menos individualistas.
El varón llega al momento de su debut sexual con un conjunto de saberes previamente
aprendidos e incorporados a lo largo de su vida. En las sociedades patriarcales y
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heteronormativas, los hombres suelen absorber información proveniente de diversas fuentes:
la familia, amistades, medios de comunicación, y la educación formal e informal. Sin embargo,
esta información, aunque orientativa, no siempre resulta útil para afrontar las exigencias del
ritual de iniciación sexual.
Uno de los principales problemas radica en que dichos saberes suelen ser fragmentados
y desconectados del contexto socioafectivo en el que ocurre el debut sexual. Es decir, aunque
los hombres conocen de forma general “lo que tienen que hacer”, esta información excluye
aspectos clave como la capacidad de resolver problemas, tomar decisiones alineadas con sus
propios deseos, registrar las necesidades de su pareja, y cuidar de su salud sexual.
Un encuestado expresa claramente esta brecha entre el conocimiento adquirido y su
aplicación en el contexto del ritual:
“Mi primera vez fue una noche con amigos, fuimos a un boliche o a una fiesta, no
recuerdo bien, y ahí conocí a una chica mayor que yo (…) Ella notó mi inexperiencia, y que
no sabía usar el preservativo. En ese momento no me animé a decir que era mi primera vez,
pero no sabía qué hacer”.
Otro participante narra una experiencia similar:
“Fue en una fiesta, o mejor dicho a la salida, fue hace mucho tiempo. Creo que lo
disfruté, no sé, no estoy muy seguro”.
Adolescencia como etapa intermedia y ritual de pasaje.
Siguiendo el análisis de Lucía Rangel (1999), en las sociedades modernas se ha
construido una fase intermedia entre la niñez y la adultez: la adolescencia. Esta etapa no está
necesariamente ligada a una base biológica definida, sino que se trata de una construcción
sociocultural basada en discursos, prácticas y experiencias heredadas de generaciones
anteriores. En este contexto, el debut sexual se constituye como un ritual de pasaje que marca
la transición entre la niñez y la adultez masculina.
Sin embargo, la falta de información adecuada y de contención emocional durante este
proceso puede generar confusión, inseguridad e incomodidad. Uno de los encuestados expresa
esta ambivalencia:
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“No sé, sentí que fue como lo esperaba, pero no logré concretar el orgasmo. Es un tema
del cual me incomoda hablar por cómo fue, no lo sé”.
Otro participante agrega:
“Todo fue sumamente extraño, no sé”.
Si bien es cierto que diferentes teorías nos permiten establecer cortes etarios para definir
y separar las etapas de la vidaniñez, pubertad, adolescencia, juventud, adultez, entre otras
lo cierto es que no existe un momento preciso, biológico ni social, que marque una edad
determinada en la cual un varón deba tener su debut sexual. Cada varón vive su experiencia de
forma única, en edades variadas, y es un proceso profundamente personal. En la actualidad,
por ejemplo, el debut sexual no es el mismo que hace décadas; han desaparecido algunas de las
formalidades y expectativas de género que, en el pasado, eran funcionales y obligatorias para
la vida de un varón. Entre ellas, destacaban la necesidad de demostrar rápidamente su
desempeño sexual (a menudo de manera precoz), reafirmar su masculinidad mediante
relaciones sexuales con una o varias mujeres, contraer matrimonio y demostrar su capacidad
para tener hijos.
Lo que sí podemos concluir a partir de las entrevistas realizadas es que las experiencias
de los participantes fueron completamente individuales y únicas. Es decir, ninguno de estos
varones experimentó el debut sexual de manera homogénea ni orquestada. Sin embargo,
existen puntos en común que permiten identificar características generales del rito y el modo
en que cada uno de ellos lo atravesó, tales como el desconcierto y el desconocimiento sobre el
acto.
A partir de las reflexiones de Byung-Chul Han (2020), nos planteamos si esta práctica
sigue siendo un rito de iniciación o si, por el contrario, está en proceso de desaparecer como
tal. En la muestra obtenida no encontramos respuestas que sugirieran la presencia de
hostigamiento explícito para tener relaciones sexuales. En cambio, el debut sexual se presentó
como un evento incierto y casual, que ocurre en diferentes momentos de la vida. Como muestra
este testimonio:
“Creo que tenía que pasar en algún momento y se dio así, de la nada. Yo ya la conocía
y creo que había ganas de que pasara otra cosa, y se dio. Después de eso siguieron las cosas
como si nada; no fuimos novios, pero tampoco volvimos a vernos”.
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Otro participante expresó:
“Sentía curiosidad, era muy chico, y simplemente pasó. Pero no sabía muy bien lo que
estaba haciendo”.
Un tercer varón también refleja la casualidad del debut en su relato:
“Fue en una fiesta, o mejor dicho, a la salida, o después de la misma. Creo que no lo
disfruté mucho; tenía una idea de cómo era, pero no sabía muy bien lo que hacía”.
Sin duda, el azar y la incertidumbre priman en estas respuestas. Al respecto, Jorge
González Arocha (2021) señala que, ante el aumento de la incertidumbre y la falta de sentido,
atravesar un ritual puede acondicionar, ordenar y cohesionar nuestras experiencias subjetivas
frente al vaivén de la vida actual. Sin embargo, aclara lo siguiente:
"Los rituales no definen un lugar añorado. Más bien, constituyen un fondo de contraste
que servirá para trazar más nítidamente los contornos de nuestra sociedad. Es de especial
importancia, ya que nos pone en alerta sobre ciertas y determinadas experiencias subjetivas y,
con ello, nos muestra de manera directa cómo la vida ha perdido su espesor y sostén."
(González Arocha, 2021, p. 5).
La imagen de la mujer
Retomando lo anterior, uno de los puntos más destacados que se ha registrado en las
encuestas previas al debut sexual es el consumo de material pornográfico. Por lo tanto, surge
la pregunta: ¿Con qué idea o imagen femenina se llega al debut sexual? Si consideramos que
la imagen predominante sobre la mujer proviene de la pornografía, notamos que en este ámbito
la tendencia es la anulación de la mujer como sujeto deseante. Su cuerpo permanece
exageradamente cosificado y, por lo general, se presenta únicamente para el goce del varón.
Las encuestas nos acercan a una posible respuesta: la mayoría de los hombres presentan
bajos niveles de empatía hacia la mujer y son capaces de disociar con mayor facilidad lo
emocional de lo sexual. Los resultados indican que todos los encuestados han visto pornografía,
y el primer contacto con este material ocurrió entre los 10 y los 14 años. Las respuestas sobre
el impacto del consumo se centran más en las experiencias de los varones que en la figura
femenina:
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“La pornografía me influencia en un ínfimo grado, “Yo era consciente de que el
material pornográfico era ficticio”.
Sí, el material pornográfico fue importante para mí, fue la primera vez que vi sexo
explícito”.
Para fue bueno, porque ahí aprendí algunas cosas que me parece que tenía que
saber”
Tenía solo diez, yo vi por qué un vecino veía, me generó rechazo, era raro, después lo
hice de forma voluntaria, con 14 años”.
Vi pornografía cuando tenía 12 años, pero no considero que haya impactado en mis
expectativas o algo por el estilo, porque mi primer encuentro sexual fue años después de ver
eso”.
Sobre la pornografía, Ibarra Casals y Córdoba (2020) definen que no es un invento
nuevo; existe desde la antigüedad y, a lo largo de la historia, se ha asociado a la masculinidad,
entendiéndola como un accesorio cultural directamente vinculado a estimular la sexualidad
autoerótica de los hombres. Aunque el discurso médico y psiquiátrico la vinculó al campo de
lo patológico y del delito, estigmatizándola, este enfoque no logró su desaparición. Más bien,
la mantuvo activa en el ámbito de lo oculto (Figari, 2008), asociada a una placentera
transgresión por parte de muchos varones e incluso como un instrumento de erotismo
compartido entre ellos, como parte de la homosocialidad masculina (Figari, 2008, p. 183).
Mientras una línea teórica considera que la pornografía es la pura y egoísta búsqueda
del placer, prescindiendo de la experiencia emocional y afectiva, otra línea sostiene que las
representaciones pornográficas no expresan el contenido concreto del deseo, sino más bien una
relación entre la excitación sexual y el reino de la fantasía. En este sentido, la pornografía se
presenta como una forma particularmente aguda de separación entre fantasía y realidad, entre
las representaciones simbólicas y la interacción real (Benjamin, 1995).
Ya llegando al final, y con el propósito de indagar cómo se sentían antes del ritual,
buscamos una reflexión. A los entrevistados se les propuso recordar ese momento: qué
emociones experimentaron, qué sintieron, pensaron y, también, qué expectativas tenían. Con
la posibilidad de que se explayaran, la pregunta fue abierta y presentada bajo el título "Lo que
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no pude decirme". Si bien las respuestas fueron acotadas, nos ofrecen un punto de partida para
seguir investigando:
“En realidad fue mucho más difícil de lo que esperaba, mucho más porque ambos
éramos vírgenes en ese momento
”Estaba muy nervioso, entonces me diría: que me relaje, todos pasan por lo mismo la
primera vez “.
“Es un tema que me incomoda hablar, pero hubo confianza entre ambos. Me diría que
no piense tanto en la obligación de tener que hacerlo y más en mi propio deseo”.
“Que no piense tanto en el cuándo y si en el cómo y con quién. Si pienso que me hubiera
servido mucha más la educación sexual”.
“Hubiese preferido estar y querido que sea con una mujer que quería realmente,
sentimentalmente hablando”.
Sobre el uso de profilácticos y cuidados personales:
“Cuídate, usa forro (profiláctico), fíjate que el forro no se rompa”.
“Me hubiera gustado estar más informado en ese momento”.
Teniendo en cuenta esto, destaco que la población de varones encuestados registró poca
preocupación por este tema, solo dos personas respondieron a la pregunta: si consideraban que
recibieron la información adecuada y necesaria sobre salud sexual y reproductiva:
“Considero que existe información adecuada y necesaria al alcance mediante vías como
internet, aunque no estoy seguro si ese es el lugar para buscar. Se debería generar una mayor
política de educación sexual en las escuelas y colegios.
“Hay información necesaria pero no adecuada. No, no hay información ni por parte de
las familias ni por alguna entidad educacional”.
Aquí vemos como el ritual está instalado y forma parte de la vida de los varones,
envuelve un gran desconocimiento y poca responsabilidad con respecto al cuidado personal y
la toma de conciencia sobre enfermedades de trasmisión sexual y sobre cualquier tema
relacionado con estos asuntos, así como la posibilidad de embarazos no deseados-planificados,
entre otros temas. Es interesante como este ritual que tiene como eje el cuerpo del varón, se
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desplaza hacia el cumplimiento de funciones y expectativas y no tanto hacia el cuidado del
cuerpo, quien es el actor principal en el este pasaje y que además, hay poco registro sobre la
mujer. En este sentido Gabriela Córdoba (2020) habla sobre la “posición de los varones en la
salud sexual, la autora explica que la responsabilidad y el cuidado aún continúan asentados en
cuestiones femeninas,
“las mujeres han sido tanto el grupo objetivo como las beneficiarias de los programas
nacionales de salud sexual y procreación responsable. Implica que existen en buena medida,
las representaciones tradicionales respecto a las responsabilidades diferenciadas entre
hombres y mujeres (Córdoba, 2021, p. 108).
Dentro de los aportes que toma Córdoba, es interesante la línea de De Keijzer (2014) la
cual supone un cambio en el comportamiento masculino, el cual implicaría un esfuerzo y
compromiso.
Para concluir
A lo largo de esta investigación, entendemos que el rito, al igual que el ritual, no pueden
ser comprendidos en la actualidad de manera gida, sin tener en cuenta factores evolutivos
como la sociedad y la cultura en la construcción de la masculinidad, que se orienta hacia
representaciones menos hegemónicas, más respetuosas, conscientes de las necesidades propias
y ajenas, y de la sensibilidad de cada sujeto. Como hemos visto en este artículo, muchos de los
varones que debutan sexualmente aún son niños o adolescentes y les queda un largo camino
por recorrer como varones adultos responsables. Estos varones, a su vez, serán referentes en la
perpetuación de dicho ritual.
Por último, considero relevante rescatar algunos aportes de Fernández Bravo (2016),
citados por Ibarra Casals y Priz Bonilla (2021), en los que se aborda la empatía como la
capacidad de reconocerse en los demás como diferentes, con una forma de ser, sentir, pensar y
hacer distinta a la propia. Por otro lado, la compasión, que es mucho más intensa y profunda
que la empatía, implica la compenetración con otro ser.
En conclusión, creo que es fundamental el cuidado como una práctica que se lleva a
cabo tanto para uno mismo como para los demás. Se trataría, entonces, de un ida y vuelta
nutrido por prácticas de atención y cuidado que podrían reducir el dolor, la ansiedad y la
incertidumbre de los hombres frente a lo nuevo, el miedo a lo desconocido, y contribuir a que
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