Revista Científica de UCES
Vol 27 N°1 (Julio-Diciembre de 2022)
ISSN Electrónico: 2591-5266 (pp. 1-10)
El carácter de la felicidad entendido como un factor político y los
postulados iníciales de la psiquiatría clásica
1
The character of happiness understood as a political factor and the
initial postulates of classical psychiatry
O caráter da felicidade entendido como fator político e os postulados
iniciais da psiquiatria clássica
Fabián Allegro
2
(fallegro@gmail.com)
Fecha de Recepción: 19 de Noviembre de 2022
Fecha de Aceptación: 12 de Diciembre de 2022
ARK/CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25915266/sa4uvrvjx
Resumen
Los postulados que se observan en el orden moral en los inicios de la psiquiatría son
solidarios a los que se manifiestan en la ideología imperante en la época de la
Ilustración. En cierta medida esta disciplina es un legado que surge en el marco de la
Revolución Francesa y es en ella, y por ella, que se advierten puntos en los cuales se
muestran, aun hoy, los efectos de dicha herencia. La propuesta de la felicidad como
resultado de la virtud ciudadana desde el punto de vista político tiene su correlato en la
línea que sigue el tratamiento moral de los alienados en la psiquiatría clásica.
Abstract
The postulates that are observed in the moral order in the beginnings of psychiatry are
in solidarity with those that are manifested in the prevailing ideology at the time of the
1
Artículo aceptado para su publicación el día 12 de diciembre de 2022
2
Fabián Allegro, Doctor en Filosofía, Médico especialista en Psiquiatría.
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Enlightenment. To a certain extent this discipline is a legacy that arises within the
framework of the French Revolution and it is in it and for it that points are noticed in
which, even today, the effects of said inheritance are shown. The proposal of happiness
as a result of citizen virtue from the political point of view has its counterpart in the line
that follows the moral treatment of the alienated.
Resumo
Os postulados observados na ordem moral no início da psiquiatria são solidários com os
que se manifestam na ideologia predominante na época do Iluminismo. Até certo ponto,
essa disciplina é um legado que surge dentro da estrutura da Revolução Francesa e é
nela que se notam pontos nos quais, ainda hoje, são mostrados os efeitos dessa herança.
A proposta de felicidade como resultado da virtude cidadã do ponto de vista político
tem sua contrapartida na linha que segue o tratamento moral dos alienados.
La felicidad como factor político
La psiquiatría nace en un momento histórico y político muy particular. En dicho
contexto confluyen una serie de condiciones del orden cultural y filosófico que se
manifiestan de una manera determinante en la orientación inicial de la misma. La
influencia de los llamados ideólogos es tan importante como la coyuntura política que
sitúa la oportunidad del surgimiento de la psiquiatría, en tal sentido se puede afirmar
que los postulados de la Ilustración que sostienen los principios de la Revolución
Francesa son los mismo que constituyen la base de una propuesta fundacional en el
campo de dicha disciplina. Los conceptos ilustrados acerca de la alineación mental y su
tratamiento, en muchos aspectos llegan ser prácticas en las cuales se confunden los
intereses individuales con los objetivos primordiales del resguardo, en ese contexto, de
la seguridad general. En esta trama se manifiesta el carácter restrictivo de la
singularidad del sujeto en la perspectiva del bienestar común. La interpretación de las
normas es sostenida desde el orden político bajo la instancia del estado de excepción,
pero al ser dicho estado una norma el resultado no pudo ser otro que el terror. En ese
tenor se manifiesta de un modo inquietante de la procuración del bienestar general bajo
una notoria proposición de la importancia de la felicidad ciudadana en el orden político.
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Esta propuesta tiene sintonía con la manifestación de la filosofía de los ideólogos,
particularmente Cabanís, en el orden moral. Resulta irónico, señalar sin embargo, está
misma apuesta en Sade, bajo otra óptica. Cierta paridad entre Kant y Sade ya ha sido
señalada por algunos autores como Klossowski (1970), Horkheimer (1969) o Lacan
(1963). En la misma línea se puede interpretar otra lectura en concordancia entre: Saint-
Just y Sade. Desde cierta perspectiva, tanto uno como otro legitiman, de alguna manera,
una modalidad de terrorismo. Ambos propugnan la importancia del bienestar general
llevado al extremo; pero esto, observado con detenimiento, se percibe que desde ambas
miradas podría llegarse a acordar que, si se toma como fin el bien absoluto el resultado
corre el riesgo de acercarse peligrosamente a la consideración de su identidad con el mal
absoluto.
No se puede dejar de considerar que la época de la Revolución Francesa se caracterizó
como un tiempo de confusión en la cual se vislumbraron situaciones y razones por
demás inusuales. En la época de Terror jacobino encontró en Saint Just un protagonistas
y en Sade una víctima. De todas maneras, la confluencia del convencional y del
libertino no resulta extraña en tales circunstancias. Pero más allá de los paralelismos, es
evidente que la propuesta de Saint-Just es más grave ya que se pone en práctica desde
una acción del Estado. El libertino, en cambio, sostiene su propuesta desde una
proclama individual.
Los avatares políticos de un tiempo de cambios
En Francia, Luis XVI sostenía su legalidad divina y, por tal motivo, era necesario
eliminarlo sin poner en juego, ni cuestionar las bases de una soberanía que debía ser,
por definición, representativa de la intención popular. Por ello, la virtud debía resonar
con fuerza en sincronía con la ley formal. La voluntad popular es problemática si se
sostiene en los postulados de una voluntad general, por lo menos así lo advertirá Hegel,
aun en el medio de su enamoramiento revolucionario. Si la ley general puede prestarse a
excepciones, la ley formal llevada a su extremo es terrorífica. Saint Just admitía su
decepción cuando, en procura del bien común, admitía: “es terrible atormentar a la
gente”, pero cabe agregar que es un hecho políticamente necesario si las circunstancias
lo ameritan. Éste, quien era contemporáneo de Sade, también llega a justificar el crimen,
aunque partiendo de principios diferentes. Saint-Just es, sin duda, el anti-Sade, dice
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acertadamente Camus, si el marqués podría haber llegado a decir: “Abrid las prisiones y
demostrad vuestra virtud”, el convencional podría haber llegado a decir: “Demostrad
vuestra virtud o entrad en las prisiones” (Camus, 1953,117). A la consigna de la libertad
y de la igualdad perfectamente se podría agregar la de la felicidad como cuestión de
interés político sobre la premisa de una ley general. Lo público y lo privado debe
confluir en una simple unidad.
La libertad de un pueblo está en su vida privada. No la perturbéis. No perturbéis sino a
los ingratos y a los malos. Que el gobierno no sea una potencia para el ciudadano, que
sea para él una fuente de armonía; que él no sea una fuerza sino para proteger ese estado
de simplicidad contra la fuerza misma… Se trata menos de dejar un pueblo feliz que el
impedir de ser infeliz. No oprimáis, es todo. Cada uno sabrá bien encontrar su felicidad
(Saint Just, 1831,45).
Efectivamente elevar la libertad a un principio común es lo que hace a una gran
proposición que envuelve, en un acto de grandeza propio de los postulados de igualdad
y fraternidad, el protagonismo de un designio fundamental de la revolución y sin duda
preanuncia los años venideros del Terror. Lacan señala que si Sade continua
acertadamente a Saint Just es solo bajo la perspectiva de que hay que considerar que la
felicidad se haya convertido en un factor de política deriva de una proposición que es
impropia porque tal sentido es la libertad de desear y esta es un que es un factor nuevo
que puede atentar contra la razón política, no por inspirar una revolución sino por el
hecho de que esa revolución quiere que su lucha sea por la libertad del deseo. Esa
determinación que está dada por el derecho al goce que al mismo tiempo determina la
caducidad del dominio del principio del placer es antinómica a la puesta en juego del
deseo. Al enunciarlo Sade descifra y pone de manifiesto un eje antiguo de la ética:
egoísmo de la felicidad. (Cf. Lacan, 1963, 56).
Efectivamente, el camino de la felicidad es un itinerario transitado en la filosofía de la
mano de la ética, Aristóteles señala la eudaimonia como un destino en la cual la ética se
introduce como una cuestión de medios a tal fin. En ese terreno la virtud desemboca en
la posibilidad de encuentro de la felicidad siempre y cuando se desentienda del exceso
propio de las pasiones bestiales por medio de la phronesis o prudencia racional. En ese
camino cabe recordar que la ética helenística transita por el mismo terreno cuando,
particularmente, en el estoicismo se promueve el dominio de las pasiones en el sabio
proponiendo la apatía. En tal sentido posteriormente la moral cristiana advierte en la
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lectura de los estoicos un lugar para su doctrina. El mismo horizonte también se
manifiesta en la moral kantiana, en la cual la consideración de la apatía en la doctrina de
la virtud establece nexos particularmente relevantes. Desde esta perspectiva Lacan
(1963) observa que, si bien como hecho que pueda ponerse de manifiesto, la Filosofía
en el tocador de Sade(1795) viene ocho años después de la Crítica de la razón práctica
(1788) y se puede decir que, al mismo tiempo que la completa, da su verdad de la
Crítica. Si se tiene en cuenta que la propuesta kantiana se reduce a que la máxima de la
acción se haga la ley y, al mismo tiempo, la razón devenga universal por derecho lógico
valga para todos; eso se sostiene en la premisa de que la experiencia de la ley moral no
pueda establecerse en ninguna experiencia del orden fenoménico. Irónicamente el
carácter del imperativo kantiano puede ser confrontado a la máxima ofrecida por Sade:
"Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo
ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me
venga en gana saciar en él" (Lacan 1963, 730).
El predominio de la razón ilustrada
Los mismos postulados de la Ilustración son los que constituyen la base de una
propuesta fundacional en el campo de la psiquiatría y su marco político se encuadra en
las propuestas del Comité de Salvación Nacional. Este proyecto toma realidad de la
mano de Pinel. La propuesta de poder discernir el estatuto de alienación se instituye en
el centro de dicha práctica y si bien el acto de liberación de los alienados de las cadenas,
tan mentado en torno a Pinel, puede ser cuestionada en cuanto a su relevancia, el
carácter de la libertad basada en los preceptos ilustrados advierten un dominio de la
razón en el carácter rector de la perspectiva de la psiquiatría naciente. En el mismo
contexto el ánimo de proponer una solución el concepto de bienestar marca el mismo
derrotero en el ámbito político. Pinel que, por otro lado, tenía una fuerte formación en la
filosofía clásica también tenía una no menor participación política (siempre rechazada
por él), La influencia de los ideólogos en implacable y determinante. Pero al mismo
tiempo encuentra en el estudio de las pasiones un camino para orientar a la práctica en
el tratamiento de la alienación. Pinel es un confeso lector de los filósofos antiguos como
Platón, Plutarco, Séneca, Tácito, pero particularmente de Cicerón. Esto es lo que hace
que se encuentre en la base de la disciplina moral que marca el tratamiento un llamado a
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una ascesis de corte profundamente estoico (Cf. Pinel, 1809, 12). Pinel observa que la
conmoción de las pasiones que constituyen la naturaleza de la irascibilidad es la base de
la naturaleza de la manía antes que la perturbación de las ideas, como erróneamente se
podría entender de una lectura apresurada de los empiristas. No es una cuestión menor
que Pinel haya frecuentado las reuniones de Mme Helvétius, lugar donde conoce a
Cabanis.
En la época, la influencia de Cabanis tanto en el ámbito médico como en el político y
social es innegable. Hay que aceptar, dice Cabanis, que de la revoluciones no provienen
las nuevas ideas sino que todo lo contrario las revoluciones surgen cuando se agotan los
modelos usuales. Un gobierno estable puede propiciar efectos que aseguren una
estabilidad que favorezca para el desarrollo de un pueblo. El peligro de las pasiones es
que pueden generar por simpatía un efecto en la multitud que las haga ingobernables.
Para Cabanis, una simpatía, o la tendencia de un ser viviente hacia otros seres vivientes
de la ó diferente especie, pertenece al patrimonio del instinto; y ella es en algún modo el
instinto mismo. De esta manera, “todas las pasiones hostiles, el terror, la cólera, la
exasperación, la venganza” (Cabanis, 1843, 23) pueden hacer vivir en una multitud una
sensación de ser como si fuese un solo hombre. El precepto de la felicidad y el bienestar
social en la obra de Cabanis incluyen las consideraciones sobre el hedonismo: “Las
sensaciones de placer son las que la naturaleza nos lleva a buscar, brindándonos la
misma igualmente a huir del dolor” (ibid, 157) es una ley propia de la economía de las
afecciones, pero sería caer en un error creer que las primeras son siempre útiles “y las
segundas perjudiciales”. El placer nos hace muchas veces incapaces de soportar
diferentes avatares de al vida y por otro lado, el dolor contribuye, muchas veces, a
fortalecer el cuerpo, o “promueve una estabilidad, equilibrio y firmeza en los sistemas
nerviosos y muscular”. Por otro lado: “De este modo la desgracia moral aumenta la
fuerza del alma cuando no llega al punto de abatirlas” y de la misma manera: “también
el templa el valor, en el que podemos hallar, cuando sabemos valernos de sus recursos,
un asilo seguro contra los males propios de la suerte humana” (ibid.) de allí que la
simpatía obedezca a una suerte de fuerza instintiva que hace a la propia conciencia apta
a la servicio de la sociedad.
La prédica de Cabanis, orientada en términos morales, hacia la premisa del bienestar
para el individuo en primer lugar pero radicalmente para todos, en definitiva, está
signada por una presunción de felicidad futura en la finalidad moral, de allí que la razón
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de las pasiones se oriente en su orden incluso por el dolor en el marco de una razón
general. Las referencias entre Cabanis y Pinel son reciprocas, el uno lo cita en Rapports
como el otro lo cita en el Traité. Sin duda comparten lógicas comunes: el desequilibrio
de las pasiones puede ser causa de insoportable dolor pero la filosofía moral enseña a no
destruir las pasiones “sino a oponerlas con otras” y esto se debe aplicar tanto a la
medicina como a la política porque, desde ya, hay una relación entre el “arte de
gobernar y el de curar”. Pero si la medicina puede llegar a independizarse de las
instituciones sociales puede llegar a pensarse que puede no oponerse a las inclinaciones
de las pasiones más fuertes.(Cf. Pinel, 1801,327). Las lecturas de ambos incluyen a
Cicerón, que en las Disputas Tusculanas (Pinel hace referencia explícita a esta obra)
dice que:
[…] puesto que las perturbaciones del alma originan la infelicidad, mientras que su
aplacamiento causa la vida feliz y, dado que hay dos clases de perturbaciones, ya que la
pena y el temor consisten en lo que se piensa que son males, y la alegría desenfrenada y
el deseo de placeres consisten en una valoración errónea de los bienes, y, puesto que
todos ellos pugnan con la reflexión y la razón (Cicerón s.f. 5, 45).
El problema es que, desde la premisa individual se establece una máxima para todos
que sostiene el felicidad, fundamentada en una razón moral, en un carácter de una
voluntad general que asume un tenor instrumental.
El carácter del tratamiento moral pone en evidencia, más allá de la concepción
doctrinaria que imparte el interés en función de un resguardo de salud, el innegable
interés que tiene la necesidad de dar una garantía de orden social y político en la cual el
bienestar remite innegablemente a la propuesta de eudaimonia que en otros términos se
lee en Cabanis. Una sintonía de un equilibrio logrado entre el individuo y lo general que
entable una relación de estabilidad y seguridad social.
El dominio de la razón sobre la maleabilidad de las pasiones
De acuerdo a esta doctrina las pasiones son maleables y en ese sentido, el estudio de las
mismas y las consideraciones que viene de ello deben tomar una importancia manifiesta
en el intento de proponer un tratamiento de las mismas. Consciente de que la promoción
de la apatía no puede ser considerada totalmente, Pinel aboga por el dominio de las
pasiones bajo la impronta de su control, de esta manera la vigilancia de las mismas
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puede ser llevada adelante con ayuda del terror en casos extremos y en situación pura de
excepción.(cf. 216, 217) Esta terapéutica se considera como un arte de subyugar y
domeñar, por así decirlo, al alienado, poniéndolo bajo la estricta dependencia de un
hombre que, por sus cualidades físicas y morales tenga la capacidad de ejercer sobre él
un influjo irresistible y modificar el encadenamiento vicioso de sus ideas (cf. 233) para
emplazar otro tipo de encadenamiento compatible con la razón ilustrada.
Si sobre el alienista recae una responsabilidad que lo involucra en lo que concierne
pasiones que, bajo la clave de lectura médica, se inviste de las coordenadas de la
responsabilidad moral. En este punto, un matiz pasional se evidencia sorpresivamente
problemático: el dolor moral. En el mismo surge por un lado una manifestación
mórbida, pero por otro lado presenta un sesgo inevitable, surge el mismo como
consecuencia de una acción de impronta moral. Dejando de lado este interrogante, en la
historia de la psiquiatría el dolor moral toma su principal protagonismo en lo
concerniente a la historia del cuadro melancólico. La melancolía consiste en la
extremada intensidad de una idea exclusiva que absorbe todas las facultades del
entendimiento y de allí nace la dificultad de destruirla (Leuret, 1840,140) por ese
motivo los medios morales son los apropiados para poder romper el vicio extremo de las
cadenas del pensamiento. ¿Qué es lo que otorga el estatuto del desvío o la rectitud? Es
difícil decirlo: el tratamiento moral debe ser una ocupación activa, debe “…cambiar las
asociaciones viciosas o hacer de la tristeza una feliz diversión” (233). “No sólo las
pasiones son la causa más común de la alienación sino que tienen, con esta enfermedad,
y sus variantes, relaciones harto notables de semejanza” (Esquirol, 1805, 21). Desde
esta perspectiva, no hay alienado en el cual las funciones morales no estén alteradas,
desordenadas y pervertidas. De allí que se desprende este concepto de alienación
operado por una concepción que propone en déficit las funciones morales a raíz de la
manifestación de las mismas en crisis con la manifestación pasional. Por dicho motivo,
las pasiones deben ser parte del tratamiento moral (cf. 29). El lugar de la pasiones tiene
un carácter preferencial tanto en el origen de la afecciones como en el del carácter en sí.
Hay que recordar que rasgos de fisonomía pasional caracterizan a los miembros familias
enteras de esta manera la relación entre la virtud y las pasiones deben contemplar esta
cuestión. Acaso, según pregunta Esquirol: ¿Sócrates estuvo forzado a sostener que
estaba predestinado a ser un hombre vicioso y que había eliminado esta disposición a
partir de esforzarse en vencerse a sí mismo? (Cf. 23).
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Por ello, en un tratamiento moral debe consignarse que la dialéctica discursiva y el
orden de la persuasión racional son insuficientes y de por sí ineficaces a su propósito, es
por ello se debe recurrir a una método que provoque un movimiento pasional esta en
serie con el hecho de considerar que las pasiones son susceptibles a su tratamiento a
partir de una sacudida moral (secousse morale) (82). En ese sentido, la secousse es a la
moral como la crisse es a lo psíquico: si la agudeza de la alienación se desprende del de
un concepto de crisis, el tratamiento se corresponde con este sentido de la sacudida
violenta y moral, como ejercicio cercano al terror. Por otro lado, la excitación
problemática que se evidencia en los maniacos configura un contrasentido evidente, es
posible que se pueda confundir con un estado de alegría, exaltación y placer comparable
con cierto estado de felicidad pero de ninguna manera puede ser igualable con la
“felicidad” lograda por una “eficaz represión de las pasiones” acorde a las pautas que
exige la sociedad. “Las pasiones son difíciles de reprimir en el hombre sano tanto más
en el alienado” (Esquirol,1838, 133).
Una ética del deseo
Lacan recuerda que el psicoanálisis es una práctica que reconoce en el deseo la verdad
del sujeto, en tal sentido y desde esta perspectiva, si la “felicidad es agrado sin ruptura
del sujeto en su vida” está claro que, la misma; se rehúsa a quien no renuncie a la vía del
deseo. (1963,146) Esta renuncia puede ser voluntaria pero al precio de la verdad, esta es
la vía que asume la moral kantiana pero también la que en si preanuncia las prácticas
cercanas a la Ilustración, entre las cuales se encuentra las bases fundacionales de la
psiquiatría y en la misma medida podríamos extenderla alza practicas positivistas que
alojan la misma ética. Desde otra vertiente, la ética del psicoanálisis entiende,
contrariamente, que es sobre la dimensión del deseo en la cual se asume,
exclusivamente, la responsabilidad del sujeto. Esto señala la verdadera subversión que
pone de manifiesto el estatuto del sujeto del deseo en la práctica del psicoanálisis.
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