Revista Científica de UCES
Vol. 28 N°1 (Enero - Julio de 2023)
ISSN Electrónico: 2591-5266
(pp. 1-18)
1
DESVALIMIENTO Y ADOLESCENCIA EN PANDEMIA
1
Carolina Coronel Aispuro
2
carolina.coronela@gmail.com
karol.zizek@gmail.com
Artículo recuperado de la Revista de Desvalimiento Psicosicial de UCES
3
ARK-CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25915266/a626yeuk0
RESUMEN
El presente trabajo desarrolla un análisis del desvalimiento constitutivo que aparece en
el sujeto desde el comienzo de la vida. Se profundiza en la importancia del rol que conserva el
auxiliar materno para sostenerlo en la tramitación de la descarga pulsional y complejización
psíquica. Se insiste en que para dar cauce a estos procesos necesarios en la travesía del
desarrollo humano, es necesario un clima familiar que favorezca la simbolización. Puede
suceder lo contrario, al haber una invasión de cantidades al interior de las familias, sobre todo
en la época pandémica y en particular en sus miembros adolescentes. La tecnología, aun cuando
es una herramienta que facilita el transitar por esta época, también viene a complicar el
panorama al presentarse situaciones de violencia cibernética. Ante este panorama es posible
observar una implosión de cantidades sin posibilidad de tramitación acorde a fines, por tanto
es indispensable el sostén emocional que la familia y las instituciones proveen.
1
Artículo recuperado de la Revista de Desvalimiento Psicosocial de UCES.
2
Doctora en Psicología (UCES). Maestra en Psicología Clínica, por la Universidad de Occidente, Unidad
Mazatlán Sinaloa, México; Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Sinaloa, México. Profesor
de Tiempo Completo en el Programa Educativo de Psicología de la Universidad Autónoma de Occidente, Unidad
Regional Culiacán Sinaloa, México. Analista de jóvenes y adultos en Centro Médico Hominis Neurociencias en
Culiacán Sinaloa, México.
3
Artículo evaluado y publicado por la Revista de Desvalimiento Psicosocial de UCES con fecha de recepción: 11
de junio de 2022 y fecha de aceptación: 17 de agosto de 2022.
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RESUMO
O presente trabalho desenvolve uma análise do desamparo constitutivo que aparece no
sujeito desde o início da vida. Aprofunda-se a importância do papel que o auxiliar materno
mantém para apoiá-lo no processamento da descarga pulsional e da complexificação psíquica.
Insiste-se que para canalizar estes processos necessários no caminho do desenvolvimento
humano é necessário um clima familiar que favoreça a simbolização. O contrário pode
acontecer, pois uma invasão de quantidades dentro das famílias, especialmente durante a
pandemia e particularmente entre os seus membros adolescentes. A tecnologia, mesmo sendo
uma ferramenta que facilita a navegação neste momento, também complica a situação quando
surgem situações de violência cibernética. Diante deste cenário, é possível observar uma
implosão de valores sem possibilidade de processamento de acordo com as finalidades,
portanto o apoio emocional que a família e as instituições fornecem é essencial.
ABASTRACT
The present work makes an analysis of the constitutive helplessness that appears in the
subject from the beginning of life. The importance of the role that the maternal assistant
maintains to support the subject in the process of processing the drive discharge and psychic
complexity is deepened. It is insisted that in order to continue these necessary processes in
the journey of human development, a family atmosphere tha. La pandemia presenta un
desafío para la humidad, pero en particular para la etapa adolescente, debido a la vulnerabilidad
que la constituye. Además el uso de la tecnología conlleva ciertas consecuencias que pueden
tener un efecto negativo. La tormentosa subjetividad adolescente conduce a la búsqueda de
soluciones que logran ser favorecedoras a su desarrollo acorde a fines o bien, consigue discurrir
en mayores dificultades derivando en una toxicidad implosiva.
El desvalimiento del psiquismo
El aparato psíquico, desde sus comienzos, se ubica desvalido ante la incapacidad de
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ejercer un proceso de tramitación aloplástica y energética. Puede suceder que el nuevo ser
permanezca a la deriva, sin un otro que lo socorra, proceso indispensable para el diseño de la
subjetividad. Entonces ante el desvalimiento psíquico y el desasosiego de la energía pulsional,
es potencialmente viable la instauración de marcas tóxicas que mantienen la posibilidad de
prevalecer toda la existencia.
En el comienzo de la vida, el sujeto depende totalmente, de la madre, quien cumple con
dos funciones importantes y trascendentes: la primera, como objeto que filtra; y la segunda, ser
el lugar para la descarga. El infans durante el primer semestre de vida tramita grandes
cantidades de energía que se presentan como angustia automática (Freud 1926), las cuales
deberán ser procesadas con su limitado psiquismo originario.
El creador del psicoanálisis asegura que para lo psicológico existen dos grandes fuentes
estimulantes ante las cuales el psiquismo puede quedar en estado de desvalimiento: la
incitación pulsional (endógena) y la incitación del mundo (exógena).
Freud destaca, de manera reiterada, la teoría del trauma, la vigencia de la sexualidad y también
la importancia de las huellas mnémicas, que hacen posible el trauma a posteriori.
“En el nexo con la situación traumática, frente a la cual uno está desvalido, coinciden
peligro externo e interno, peligro realista y exigencia pulsional. Sea que el Yo vivencie en un
caso un dolor que no cesa, en otro, una estasis de necesidad que no puede hallar satisfacción.
La situación económica es, en ambos casos, la misma, y el desvalimiento motor encuentra su
expresión en el desvalimiento psíquico” (Freud, 1926, p. 157).
Así pues, se observa cómo la situación de desvalimiento se presenta como parte de la
vida anímica primitiva; pero el escenario se complejiza a partir de las dos provocaciones
imposibles de ser tramitadas sin dificultades: la externa o mundana, la cual es provocadora de
dolor, y la otra a nivel interno en el mundo de lo pulsional constituyente cuyo desvalimiento,
en más bien, psíquico (Maldavsky, 1996), y también provocadora de dolor. Y en ambos
casos se observan implicados el funcionamiento tanto motor como anímico.
Freud asegura que “El pequeño primitivo debe devenir en pocos años una criatura
civilizada…” (1940 [1938]), P. 185) para ello debe enfrentar una gran cantidad de acciones entre
las que se destacan los estímulos intra y extra corporales. El cachorro humano con su primitivo
psiquismo deberá enfrentarse a esta compleja trama de transacciones energéticas para lo cual es
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necesario el asistente materno. Por su parte Títolo asegura que “la primera orientación en el
mundo es la constitución del yo real inicial, diferenciando lo interno de lo externo por
mediación de la ternura materna” (2021, P. 113); reiterando así la importancia del asistente
materno como un yo que auxilia.
La energía pulsional, deberá ser simbolizada y ligada a representaciones donde la madre
es el medio. Este procedimiento evita la toxicidad pulsional, lo cual puede derivar en una
progresiva adquisición de tenciones por el Yo infantil y paralelamente una mayor
diferenciación en la díada interindividual. En tales casos cuando la energía no circula, no se
liga a representaciones o no se logra simbolizar, las consecuencias pueden ser catastróficas
para el psiquismo, quedando en una situación de desvalimiento y desamparo ante el
estancamiento de la libido, generando una posible intoxicación pulsional.
De igual modo Maldavsky (1992) alude a la importancia del matiz afectivo y reitera, al
igual que Freud y Titolo, que para desarrollarlo se necesita de un asistente materno que facilite,
mediante el vínculo empático, estos procesamientos de subjetivación primordial. Pero además
parecería que el matiz afectivo deriva de la introyección de la empatía que la madre muestra
ante la presencia del infans, y el sentimiento de sí, deriva de un proceso de identificación
compuesto de diversos matices afectivos (Maldavsky, 1992).
Pero existen otros elementos interindividuales que provienen de una economía anímica
que implican la producción de una espacialidad y su proyección al mundo y su diversidad.
Justamente esta proyección es la que permite la cualificación y la conciencia utilizando el
afecto materno como medio.
Freud (1912-13) distingue dos procesos proyectivos: uno no defensivo y otro defensivo.
En el primero los contenidos son tomados del contexto, el cual es cuestionado y permite
conformar la exterioridad, para lo cual requiere la empatía materna. En tanto que, en el segundo
caso (defensivo) se divide en proyección defensiva normal y proyección defensiva patológica,
dotada de contenidos con carácter afirmativo respecto del exterior. El carácter afirmativo no
permite cuestionar el mundo externo y puede devenir en una desconexión del mismo. En este
sentido las tres formas de proyección (no defensiva, defensiva normal y defensiva patológica)
mantienen una presencia activa en los procesamientos de complejización psíquica.
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Etanto, existe la posibilidad, de que este proceso proyectivo se advierta impedido. Es
permisible pensar que, cuando madre e hijo continúan operando bajo la unicidad orgánica, y
ello como consecuencia de que las funciones se han dado invertidas, es decir, que el niño es
tomado por su madre como coraza antiestímulo y como lugar para la descarga de sus procesos
tóxicos, el infans presente una estasis libidinal y/o toxicidad pulsional. Tal situación puede ser
gestada a partir de la incapacidad materna para procesar su propia pulsionalidad utilizando
defensas acorde a fines, en cambio, usa al infans como objeto de descarga desestimando la
realidad.
Al aludir al surgimiento del afecto como primitivo indicio de conciencia Maldavsky
alude: “al encuentro con semejantes en quienes se da una postura empática que permite que la
conciencia naciente (con el contenido del afecto) se sostenga y desarrolle” (Maldavsky, 1997 P.
96). Entonces el auxiliar materno además de ser un lugar de descarga, una coraza antiestímulo,
también es promotor del desarrollo de la conciencia encaminando al sujeto al lazo con el mundo
y el ulterior desarrollo Yoico.
Las familias sin privacidad
Cuando al interior de las familias, algunos miembros se otorgan el derecho de disponer
del cuerpo de ese otro ser, como propio, es decir, como una posesión, como un objeto, no como
sujeto, la situación se vuelve de mayor gravedad. A modo de ejemplo se cuenta con las
situaciones de invasión, violencia, abuso y maltrato infantil. Es cuando ese miembro de la
familia, es tomado como un patrimonio personal sobre el que se actúa por capricho (Maldavsky,
1996).
Existen diversas maneras invasivas del psiquismo, sobre todo, durante los momentos
tempranos del desarrollo, así lo refiere Freud:
“Nuestra atención es atraída en primer lugar por los efectos de ciertos influjos que no
alcanzan a todos los niños, aunque se presentan con bastante frecuencia, como el abuso sexual
contra ellos cometido por adultos, su seducción por otros niños poco mayores (hermanos y
hermanas) y, cosa bastante inesperada, su conmoción al ser partícipes de testimonios auditivos
y visuales de procesos sexuales entre los adultos (los padres), las más de las veces en una época
en que no se les atribuye interés ni inteligencia para tales impresiones, ni la capacidad de
recordarlas más tarde” (1938, p. 187).
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Ante tales eventos, donde se es partícipe de manera directa o indirecta, (como es el caso
del abuso por parte de adultos, la seducción por los hermanos mayores y la percepción de
actividad sexual de los adultos), el aparato psíquico mantiene las marcas traumáticas con
importantes consecuencias en la vida anímica. Estas huellas mnémicas permanecerán activas
generando efectos en los comportamientos, sobre todo, neuróticos.
Cabe la oportunidad para señalar lo que Maldavsky (1996) enfatiza en relación a la
proxemia, haciendo énfasis al estudio de las distancias interindividuales y/o el tipo esquemático
de enlace intracorporal, en donde suelen describirse cuatro distancias: íntima, personal, social
y pública.
La distancia íntima es la del contacto piel a piel (aquí se podrían ubicar las situaciones
de abuso e invasión del cuerpo). La distancia personal como podría ser el vínculo cotidiano de
una pareja, y su límite máximo es el del control físico de uno de los integrantes sobre el otro,
definido por la posibilidad de tocarlo extendiendo el brazo. La distancia social, caracteriza a
las relaciones laborales inmediatas en que participan real o potencialmente más de dos
individuos; la distancia pública incluye vínculos en la comunidad, éstos abarcan más, pueden
llegar a la comunicación con las masas.
Estas distancias, menciona Maldavsky (1990), corresponden a diferentes modalidades
de relación propias de las estructuras clínicas. Por ejemplo, en las esquizofrenias predomina la
distancia pública, en las neurosis obsesivas la distancia social, en las melancólicas la íntima, y
en las perversiones y paranoias existe una combinatoria a saber: la distancia social como
fachada del afán vindicatorio, la distancia íntima en el momento del acto transgresor, y la
pública en el esfuerzo por evitar el castigo.
En las familias donde predominan los procesos tóxicos y traumáticos según Maldavsky
(1996) existe otra distancia en la cual un cuerpo se introduce en el otro. La intrusión en el otro
cuerpo impone la pérdida de la sensorialidad en beneficio de un vínculo sensual y económico,
evitando el vínculo tierno y amoroso, que puede culminar en un estado de abrumamiento tóxico
o traumático. Este mismo fenómeno (abrumamiento tóxico y traumático) se presenta en los
grupos familiares donde existen por ejemplo: episodios convulsivos, afecciones
psicosomáticas, consumo adictivo de drogas, accidentes repetidos, maltrato corporal,
sonambulismo, etc.
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Entonces en una familia resulta significativo prestar atención al tipo de nexo que
promueve que el mundo de las erogeneidades sea explayado o se conserven fijado al cuerpo, o
al revés, en el sentido de que este procedimiento se vea impedido (Maldavsky, 1996).
En cuanto a los fundamentos pulsionales y su modo de procesamiento anímico y vincular
en este tipo de nexos, Maldavsky (1990) afirma que, los diversos enlaces interindividuales
tienen como una de sus metas centrales el procesamiento de la pulsión. De la misma manera en
que la ensambladura entre individuos pueda complejizarse en la medida en que se logre cambiar
la consumación voluptuosa en enlace tierno, o bien con un predominio de lo útil (conservación
de sí, conservación de la especie).
Se podría conjeturar que en estas situaciones ha claudicado, de la manera más evidente,
la posibilidad de tramitación interindividual de las exigencias pulsionales y de la realidad. En
aquel momento la libido se estanca en el contexto interindividual y familiar. Cuando esto
ocurre, la realidad pasa a ser una incitación brutal, imposible de cualificar. Esto sucede también
en las situaciones que describe Freud en 1938 (antes señaladas) al referirse a las vivencias de
acoso sexual sin procesamiento posible para el endeble psiquismo. La fuerza de los procesos
pulsionales se presenta tan desbordante, que anula la viabilidad de que la conciencia registre
los estados afectivos correspondientes.
Cuando esto ocurre en un grupo familiar, sus miembros se quejan por sufrir una
invasión desde la realidad, hay un contexto de inundación, lo que pone al descubierto también
la inmovilidad ante una realidad pulsional. Quienes presencian y padecen estos excesos se
protegen, mediante mecanismos patológicos, ante la invasión pulsional no procesable.
De la misma manera, asegura Maldavsky (1996) que en cada aparato psíquico existe un
momento primordial en el que el Yo aún no se ha desprendido del Ello y la libido inviste órganos
y zonas erógenas antes que la sensorialidad cobre su estado anímico. En tales ocasiones ciertas
actitudes familiares intrusivas promueven un mismo efecto: despiertan magnitudes voluptuosas
hipertróficas en lugar de registros sensoriales.
Dicho de otro modo, los procesos que se viven al interior de las familias mantienen
importantes transacciones que perturban el equilibrio y (en algunos casos) la constitución y
construcción de la subjetividad. Una de las posibilidades mediante las cuales el psiquismo logra
la homeostasis, es mediante la manifestación discursiva, pero donde su contenido suele verse
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comprometido.
Es de esta manera que el encuentro con lo diferente hace posible la neutralización de la
tendencia de la pulsión de muerte hacía la inercia, y eros puede hacer su trabajo de oponerse a
esta inercia mediante los procesos de demora y complejización. Ante este panorama resulta
interesante reflexionar sobre el procesamientos pulsional, las diversas interacciones
interindividual, los tipos de lazos familiares y su impacto psíquico, en particular, de las
subjetividades más vulnerables, en su transitar por la pandemia.
Adolescencia: fase en desvalimiento
La pandemia ha confrontado la vida anímica dentro de las diversas etapas evolutivas
del ser humano, generando altos índices de estasis libidinal (Freud, 1895), acompañada de una
fuerte incertidumbre bajo la premisa de que no se cuenta con experiencias previas de lo
sucedido. La emergencia sanitaria ha venido a despertar y fraguar, entre otros sucesos, miedo,
angustia, desamparo, desvalimiento, etc.; evidenciando la fuerte vulnerabilidad psíquica del
sujeto.
Maldavsky asegura que cuando se presentan situaciones traumáticas individuales o
colectivas pueden derivar en “pérdida de la subjetividad y la conciencia, las cuales luego
pueden ser otra vez recuperadas y disueltas, parcial o totalmente” (Maldavsky 1997, P. 100).
Si bien es una realidad indiscutible que la pandemia vino a generar significativo impacto
en la humanidad en general, existen etapas del desarrollo humano y ciertas situaciones (como
las de desamparo y/o psicopatológicas), en que el sujeto cuenta con limitadas herramientas
psíquicas y que lo vuelven más vulnerable y con mayor riesgo a la inestabilidad anímica.
Tales etapas suelen ser la infancia, la adolescencia y la senectud; aunque puede
acontecer, también, en ámbitos de desamparo económico, situaciones psicopatológicas y de
desvalimiento psíquico.
Al hacer referencia a uno de los momentos del ciclo vital con alta fragilidad anímica,
como lo es la etapa adolescente, el panorama se versa de cuantiosa complejidad. Esta etapa se
vive, en muchas ocasiones, como una tempestad que desestructura y vulnera al aparato psíquico
y fragiliza la subjetividad.
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Plut (2021) argumenta que esta etapa puede equipararse a la figura del éxodo. Tal
argumento se fundamenta en que la adolescencia atraviesa una seria de vicisitudes que incluyen
un transitar estructurado por la salida, el recorrido y la llegada”. Todo lo cual circunscribe una
componenda “heterogénea de fantasías, deseos, nostalgias y duelos, conflictos y desenlaces”.
Nasio (2011) señala que la adolescencia es uno de los dos momentos de la vida en que
el psiquismo se desordena como intento de procesar las fuertes exigencias pulsionales
(internas) y las culturales/sociales (externas). Hay una disyuntiva, propia de la necesidad de
conciliación, entre ambas exigencias generando desestabilización.
Doltó (2004) nombra a esta etapa de la vida como “El complejo de la langosta”. Con
esta metáfora alude a la vulnerabilidad adolescente generada por el despojo de su viejo
caparazón para cambiarlo por uno nuevo. Cuando esto sucede se deja al sujeto desprotegido
exponiéndolo al mundo sin el amparo adecuado.
La autora señala, además que, esta exposición deja al sujeto vulnerable ante las
observaciones procedentes de los otros (Doltó, 1988). Es como si se produjera la fragilidad del
bebé con una gran sensibilidad hacía la mirada y las palabras que lo involucran.
Por su parte Quiroga (2001), en consonancia con autores antes citados, señala que tal
etapa de la vida se ve atravesada por una fuerte fragilidad psíquica y física debido a los
esfuerzos anímicos frente al advenimiento de la adolescencia, cuyo inicio se marca por la
pubertad y finaliza en su inserción al mundo del trabajo.
Es probable conjeturar que muchos adolescentes no cuenten con la contención que al
contexto familiar correspondería proveer mediante la empatía y sostén emocional. Estas
situaciones pueden derivar en que “la tramitación de las pulsiones parciales tiene como destino
el cuerpo o la acción” (Cryan, Quiroga, 2015, P. 8) es decir, que el lugar que sirve de proyección
de los contenidos desregulados, sea el propio cuerpo, lo que puede resultar en una incorporación
tóxica produciendo estasis libidinal.
La adolescencia se enmarca en la necesidad de sobreponerse ante la resignación de lo
antiguo y la incursión ante lo nuevo, generándose repeticiones, logros y pérdidas.
“Si bien tiene que hacer frente a la pérdida de la identidad infantil y las condiciones de
la infancia, se ve presionado a asumir una nueva identidad. Por lo tanto, reflexionar sobre la
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problemática adolescente implica considerar la interrelación entre el mundo intrapsíquico, sus
recursos y limitaciones con las exigencias y condiciones que surgen del ambiente externo”
(Aberastury y Knobel, ciado por Walúzia, 2014).
Maldavsky (1984) asevera que la adolescencia es manifestación directa de
modificaciones recurrentes e inadvertidas que llevan a sentir el cuerpo como algo extraño,
como fuente de angustia, la consecuencia es vivirlo de modo tormentoso tal como lo señalan
algunos autores ya citados.
Al despertar nuevos contenidos anímicos, la subjetividad se muestra irrumpida por
intereses distintos con su designada cantidad de angustia.
“La tramitación psíquica del erotismo genital impone un difícil trabajo de duelo al que
Freud denomina desasimiento de la autoridad de los padres. Este es uno de los momentos más
dolorosos que deja al joven en un estado de desamparo con respecto de aquellos a los que invistió
como ideales y a quienes deberá sustituir por otros ideales extra-familiares” (Neves, 2020).
En consonancia con lo dicho, es pertinente pensar, además, que en este momento de la
vida se despliega la tormenta psíquica generada por el duelo de la pérdida, es decir, que se vive
un proceso lento, silencioso, doloroso y desestabilizador por el desprendimiento del mundo
infantil (Nasio, 2011). Por su parte Vega y Cols. (2020) coinciden en que el adolescente se
encuentra ante dos trabajos psíquicos, por un lado el desasimiento de la autoridad paterna, y por
otro lado, el incremento de la vida social, buscando la interacción con el grupo de pares.
En suma, es posible que todo lo dicho hasta este momento se condense en palabras de
Maldavsky quien define a los procesos que desafían a la adolescencia como un trance de
tristeza o disgusto sugiriendo que:
“la tristeza expresa un duelo que reúne múltiples motivos: la muerte de la omnipotencia
paterna, la rdida del goce fálico, la caída del carácter parcial de cada erotismo, y más adelante
la depresión por la desaparición del cuerpo y la identificación de la infancia” (1992, P. 302).
Estos procederes anímicos preparan el terreno para la ligadura del erotismo genital (tal
como lo señala Neves), unificando el cuerpo y promoviendo el pensamiento abstracto que
permite, a su vez, la participación en el mundo comunitario.
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Lo señalado hasta aquí, pone de relieve la fragilidad psíquica que enmarca a la etapa de
la adolescencia, en tanto la pérdida de las condiciones de la infancia, comprometen al sujeto a
adjudicarse una nueva identidad, resultando en la aproximación a nuevos objetos y por tanto,
a una nueva posición psíquica. Para ello es indispensable que el contexto permita y facilite tales
procedimientos.
Adolescencia y pandemia
Es oportuno preguntarse sobre los modos en que la adolescencia, con un psiquismo
debilitado, ya por estructura, transita tal proceso ineludible para la complejización y
funcionamiento del aparato psíquico durante la época pandémica, partiendo de la consigna de
permanecer en el aislamiento, en proximidad permanente con los miembros del núcleo familiar
y la limitada posibilidad del encuentro exogámico.
Además resultaría oportuno reflexionar sobre el encausamiento de la pulsión (cuyo
desenlace posible, ante el panorama presente, es una potencial intoxicación) y su configuración
asociada a las diversas distancias psíquicas señaladas por Maldavsky.
Este debate aproxima a los enigmas sobre los modos en que las distancias
interindividuales como la íntima, personal, social y pública, son transitadas, sumando al
despliegue de la complejización para dar paso a la nueva constitución psíquica, considerando
al grupo familiar y sus miembros adolescentes en tiempos de pandemia.
Pero además resulta de vital importancia reflexionar acerca de la búsqueda de la propia
identidad por la que transita el adolescente para acercarse a la vida adulta. Este proceso es
inherente a la aceptación del propio cuerpo, identidad psicosexual e identificación de la
personalidad compuesta por ideologías, valores, filosofía de vida, identidad vocacional, etc.
Como se señaló antes, este paso conduce al sujeto al conocimiento de mismo de
manera activa e involucrando actores como la familia y el grupo de pares, muy especialmente
estos últimos.
En la época pandémica se ven alteradas las posibilidades de acceder a grupos fuera del
linaje que permitan, además de los procesos identificativos, la rebeldía propia y necesaria para
desasirse de la familia.
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La salida exogámica y el incremento de la vida social que ofrecen los espacios como la
escuela, los amigos, los grupos de pares, se advierte restringida. Por estas razones es posible
visualizar un horizonte complejo en la subjetividad de los adolescentes y jóvenes que transitan
por la particularidad de la época pandémica. El desafío, sobre todo, yace asociado a la
cimentación de la identidad personal necesaria para incursionar en el futuro vocacional y en
particular en el ejercicio de la intimidad y consolidación de la personalidad adulta.
Ante dicho panorama existen otros sucesos a considerar en la interacción al interior de
las familias en pandemia. La ineludible utilización de las herramientas tecnológicas como
medio que permite el flujo de la comunicación sin acercamiento físico. Tal necesidad trae
consigo otros riesgos asociados a la invasión de la tecnología en el núcleo familiar. Es decir, la
intromisión del mundo digital, sus funciones y su diversidad de contenidos en la intimidad
familiar e interfamiliar y desde luego en la subjetividad de sus miembros, especialmente los
más débiles (niños y adolescentes).
Sin bien es cierto que las redes sociales constituyen espacios de pertenencia e inclusión,
que permiten, en muchas ocasiones, un sostén y regulación emocional y por ende de producción
de subjetividad, (Rojas, 2016) también se corren riesgos difíciles de dimensionar a simple vista
como veremos más adelante. Pero antes conviene interrogarse sobre ¿cuál será el tipo de
distancia interindividual al depender de los medios digitales para mantener la comunicación?
Y ¿cuáles son algunas de las consecuencias de la presencia (agudizada durante la
pandemia), de la tecnología en la vida cotidiana de los jóvenes y las familias?
Es claro que existe una intrusión de lo digital tecnológico en los hogares, cuyo impacto
en la vida subjetiva, intrasubjetiva e intersubjetiva, es inherente a las alteraciones de la descarga
pulsional y su consiguiente impacto en la salud mental, especialmente, en el sector de población
más vulnerable.
En respuesta a la segunda interrogante es posible destacar que jóvenes y niños se ven
afligidos por un tipo de violencia particular y difícil de manejar como lo es el cyberbullyng. Es
sabido que una de las manifestaciones de invasión a la que se ven sometidos los jóvenes de
hoy, es al bullying, como forma de violencia y abuso ejercido de distintos modos: de manera
física, verbal, psicológica, entre otras. Una variante de este tipo de violencia la introduce la
tecnología mediante el cyberbullying o acoso cibernético.
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El cyberbullyng otorga mayor dominio a quien ejerce la agresión debido al acceso a
través de las redes sociales, así como la facilidad del anonimato que estos medios proveen y
garantizan. Existe evidencia reciente que asegura que el bullying mantiene una prevalencia del
29,2 % para Europa y Estados Unidos; en Latinoamérica, entre 50 y 70% de los estudiantes se
han visto afectados por algún tipo de acoso escolar. “Además, los estudios a nivel mundial
indican que uno de cada tres niños en edad escolar han sido víctimas de alguna forma de
bullying, lo cual incluye al acoso cibernético” (Cedillo-Ramírez, 2020).
Esta misma autora asevera que:
“un informe elaborado por el Equipo Multidisciplinario Internacional de la ONG
Bullying Sin Fronteras, 33% de los escolares, niños y adolescentes, de América Latina y
España, refirieron haber sido víctimas de cyberbullying durante la cuarentena de 2020 por
motivo del virus SARS Cov2” (Cedillo-Ramírez, 2020).
Las consecuencias de este tipo de agresiones suelen ser alarmantes para el psiquismo
debido a las consecuencias manifestadas como depresión, ansiedad, estrés, suicidio, entre otros.
De por sí, estos síntomas se han revelado, con frecuencia, durante el aislamiento social;
las violencias ejercidas en esta modalidad agudizan los efectos desestabilizadores del aparato
psíquico, en tanto que, seguramente, habrá reminiscencias ulteriores.
En relación a la interrogante sobre ¿cuál seel tipo de distancia interindividual al
depender de los medios digitales para mantener la comunicación?, tomando en cuenta que la
pulsión siempre encuentra una solución, no necesariamente acorde a fines. Maldavsky propone
cuatro distancias interindividuales (la íntima, personal, social y pública) como modos de
interacción y que son transitadas de diversas maneras.
Al depender de los medios digitales para sostener el acercamiento humano, es posible
pensar que existen consecuencias a nivel anímico que generan síntomas disruptivos para el
aparato psíquico. Al hablar de los efectos generados por la violencia cibernética, es posible
considerar que, en tal escena, todas las distancias interindividuales señaladas por Maldavsky,
se ven comprometidas. Es decir, que existe una intromisión en lo íntimo del sujeto, un efecto a
nivel personal y unas consecuencias sociales y públicas.
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Estas situaciones afectan la estabilidad anímica arrastrando al sujeto hacía crisis
difíciles de tolerar. Las distancias se vuelven endebles ante la invasión, en ocasiones anónimas
y siempre violentas, por parte de alguien que se encubre tras la pantalla. Por ejemplo la
violencia cibernética conlleva una intromisión en lo íntimo de la subjetividad, una invasión en
el límite de lo personal; además se rompe la distancia social al hacer público lo privado y la
distancia pública claramente es limitada debido a la violenta exposición de la intimidad del
sujeto.
Maldavsky (1996) al referirse a los procesos tóxicos y traumáticos al interior de las
familias alude a otra distancia que tiene que ver con la intrusión en el otro cuerpo, lo cual
impone la pérdida de la ternura amorosa en beneficio de un vínculo sensual y económico, sin
la posibilidad de la metáfora.
En las familias en aislamiento se genera, en muchos de los casos, un hacinamiento que
facilita la intrusión y el riesgo del vínculo sensual. Quienes aparecen con mayor vulnerabilidad
para ocupar este lugar son los niños, niñas y adolescentes. Aprile y cols., al referirse a las
limitaciones de este sector de la población, durante la emergencia sanitaria, señalan que:
“En estos días los niñxs y adolescentes encuentran suspendidos o limitados sus
contactos con redes de apoyo extrafamiliares: sin asistencia a la escuela y a espacios de
esparcimiento/capacitación/deportivos, afectados los contactos con el grupo de pares, difícil el
acceso a los espacios de salud y servicios específicos de protección a la infancia, (los cuales
están vaciados, sin recursos suficientes, sin políticas claras de intervención y desarticulados en
los distintos niveles)” (2020, p. 43).
Ante el encierro y la imposibilidad de acudir a lugares de distracción, de convivencia
fuera del hogar, la pulsión hace su descarga en un sentido más bien autoerótico lo que viene a
degradar los vínculos con la propia familia. Una de las posibilidades de descarga pueden ser
los estallidos de violencia en contra de los propios miembros de la familia, el consumo de
sustancias, el apego a los aparatos tecnológicos, etc. con las consecuencias inherentes a cada
uno de estos fenómenos.
Tales panoramas conducen a preguntarse sobre la inevitable acción de la pulsión para
procesar y cualificar enormes “cantidades” de energía. Es decir, es necesario reflexionar sobre
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el procedimiento que toma la descarga pulsional en la búsqueda de ser transfigurada mediante
el encuentro con el objeto bajo el ideal del mundo externo y lo diferente.
En las familias en aislamiento, sin la posibilidad de distribuir la energía fuera del cleo
familiar, comienza a dificultarse el proceso necesario para la conquista del equilibrio. Pero el
panorama se vuelve aún de mayor complejidad al presentarse situaciones de invasión de la
privacidad donde se hace presente la violencia, maltrato y abuso infantil
Pero además el contexto de incertidumbre al percibir al otro como un riesgo de salud, la
invasión de noticias catastróficas, la pérdida de familiares, amigos, conocidos etc. mantienen
efectos en las y los jóvenes de la actual época pandémica, manifestando altos índices de
angustia, teniendo como consecuencia el empobrecimiento de la subjetividad, sumado al
agobio generado por la inundación del mundo interno y externo propio de la etapa.
Es así como los pacientes adolescentes que asisten a un proceso analítico durante este
periodo, manifiestan altos índices de ansiedad y algunos, incluso, con diagnóstico psiquiátrico
de depresión. Una paciente adolescente de 15 años contaba que dormía todo el día, se
despertaba para tomar sus actividades académicas vía Zoom (en su recámara, desde su cama y
con cámara apagada) y comer, comía en su recámara y volvía a dormir. El panorama familiar
de esta jovencita era poco alentadora debido a que al ser hija única de padres separados, vivía
con la madre quien trabajaba todo el día, quién además contaba con evidente frustración por su
separación conyugal reciente. Cuando su madre estaba en casa había riñas, gritos y ofensas, la
relación resultaba muy conflictiva.
Puede observarse que al no contar con los espacios y vínculos fuera del ambiente
familiar, la energía se retrotrae y genera, lo que Maldavsky señala, una intoxicación con la
propia pulsión que enfrenta la imposibilidad de descarga exogámica o empática con los objetos.
Esta tensión instauró un ambiente de cantidades que debilitaban el lazo simbólico y metafórico
con el consiguiente impedimento del amor y ternura que ello conlleva.
Ya lo señalaba Maldavsky, en este tipo de ambiente familiar la resolución posible es la
implosión de la pulsión derivando en la intoxicación del propio psiquismo y un aniquilamiento
de la simbolización y la metáfora, proceso necesario para el equilibrio acorde a fines, de la
subjetividad. Tal situación se presenta con mayores consecuencias en la etapa adolescente en
respuesta, además, a los movimientos propios del psiquismo en desarrollo.
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Otra solución posible es que el encuentro empático con los miembros de la familia revele
la protección y sostén emocional que ocasionan tal lazo. En consecuencia el cauce del
desarrollo transite hacía la saludable escapatoria exogámica e independencia con la posibilidad
de incursionar hacía el pensamiento abstracto y las competencias de equilibrio emocional y
social.
Maldavsky asegura que al presentarse situaciones traumáticas individuales o colectivas
es posible resurgir de una pérdida del equilibrio de la conciencia, además sugiere vislumbrar
confianza al aseverar que la subjetividad puede ser recuperada enseguida ya sea de manera
parcial o total.
De cualquier manera el aparato psíquico en la adolescencia y la niñez durante las
catástrofes, como lo es la situación pandémica presente, requieren del asistente materno. Tal
asistencia es requerida para tramitar la irrupción pulsional propia de la edad y para peregrinar
por las dificultades que presenta la necesidad de investidura del mundo actual.
Esta función (de asistente materno) se consigue no solamente al interior de las familias,
cuyas exigencias ya son, de por sí, bastas; si no que, es posible, que la comunidad y las
instituciones de asistencias social y de educación, puedan otorgarlo.
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