Revista Científica de UCES
Vol. 29 N°1 (Enero - Julio de 2024)
ISSN Electrónico: 2591-5266
(pp. 1-12)
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LA MIRADA EN LA DIADA MADRE HIJO:
ELEMNTO PRÍNCEPS EN LA ESTRUCTURACIÓN DEL PSIQUISMO
TEMPRANO
1
Por Marta Davila
2
marta.davila78@gmail.com
Artículo original recuperado de la Revista de Desvalimiento Psicosocial de UCES
ARK/CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25915266/s80aphfu6
RESUMEN
La autora investiga la importancia de la mirada materna en los primeros tiempos de vida
del bebé, siendo ésta la primera muestra de interrelación social entre el niño y su madre. Los
diferentes matices emocionales que conviven con este hecho son elementos definitorios para
la formación de la personalidad, ya que es en esta etapa de la vida donde se inicia la percepción
que tendrá el niño de sí mismo.
La mirada del bebe a los ojos de la madre no es un acto sin propósito; tiene la
significación psicológica de un vínculo incipiente. Miradas de aceptación y cariño promueven
el desarrollo al instaurar imágenes yoicas "buenas". Miradas ansiosas o rechazantes
obstaculizarán el progreso creando imágenes amenazantes y peligrosas.
1
Artículo original recuperado de la Revista de Desvalimiento Psicosocial de UCES, Vol. 8 Núm. 2 (2021).
2
Licenciada en Psicología (Universidad de Buenos Aires). Especialista en Medicina Psicosomática (C.I.M.P.)
Miembro Titular en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (A.P.A.) Full Member de
FEPAL e IPA. Especialista en niños, adolescentes y adultos.
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Toma conceptos de Lacan (la fase del espejo), de Winnicott (la madre suficientemente
buena), de Gough (la mirada en relación con la fase oral) Y finalmente, de Green (madre
muerta).
ABSTRACT
The author investigates the importance of the maternal gaze in the first stages of the
baby's life, this being the first sample of social interrelation between the child and his-her
mother. The different emotional nuances that coexist with this fact are defining elements for
the formation of the personality, since it is at this stage of life where the child's perception of
himself begins.
The baby´s gaze to the eyes of the mother is not an act without a purpose; it has the
psychological significance of an incipient bond. Looks of acceptance and affection promote
development by establishing "good" ego images. Anxious or rejecting glances will hinder
progress by creating threatening and dangerous images.
The author takes concepts from Lacan (the mirror phase), from Winnicott (the good
enough mother), from Gough (the gaze in relation to the oral phase) and finally, from Green
(dead mother).
RESUMO
A autora investiga a importância do olhar materno no início da vida do bebê, sendo este
o primeiro exemplo de inter-relação social entre a criança e sua mãe. As diferentes nuances
emocionais que convivem com esse fato são elementos definidores para a formação da
personalidade, pois é nesta fase da vida que se inicia a percepção que a criança tem de si mesma.
O olhar do bebê nos olhos da mãe não é um ato sem propósito; Tem o significado
psicológico de um vínculo incipiente. Olhares de aceitação e afeto promovem o
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desenvolvimento ao estabelecer “boas” imagens do ego. Olhares ansiosos ou de rejeição
dificultarão o progresso, criando imagens ameaçadoras e perigosas.
Toma conceitos de Lacan (a fase do espelho), de Winnicott (a mãe suficientemente
boa), de Gough (o olhar em relação à fase oral) e, finalmente, de Green (a mãe morta).
“En el centro de un ojo
me descubro. No me mira,
me miro en su mirada
3
INTRODUCCIÓN
Mirar es la acción de dirigir los ojos hacia algo o alguien; no es únicamente percibir,
sino prestar atención, considerar, estar en guardia.
La visión es el contexto en el que se desarrolla la mirada. Más allá de la “visión”, está
la mirada, que es una invitación a la fusión, es un modo de penetrar en el otro. La naturaleza
recíproca de la mirada es tan fundamental como el diálogo hablado.
Por otra parte, ¿qué es una “imagen”? Es una “visión” que ha sido recreada o
reproducida, separada del lugar y del instante en que surgió, y preservada en el tiempo.
Existen muchos ejemplos donde se considera a la mirada como teniendo un don
superior, o con poderes mágicos, inclusive, relacionándola con Dios: "Dios todo lo ve", "algo
bueno o malo a los ojos de Dios", etc. Recordemos que Dios se simboliza en algunas culturas
por la figura de un 0jo dentro de un triángulo, 0 los mitos de los ciclopes, seres peligrosos de
un solo ojo.
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Octavio Paz, Entre irse y quedarse, en Salamandra (1962). Recuperado de https://ciudadseva.com/texto/entre-
irse-y-quedarse/.
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También, tenemos en cuenta a Narciso, enamorado de su propia imagen, o a Edipo, que
se arranca los ojos al reconocer su culpa.
Por proyección, los ojos de las personas desempeñan un gran papel como controladores
de los actos de cada uno: “Mal de ojo”, “estás ojeado”, etc.
Podemos apelar también a distintas frases populares, como, por ejemplo: Hacer algo
"sin ser visto" "rehuir una mirada", etc. Otras frases, aluden a las más precoces angustias del
bebé "fulminar o aniquilar con la mirada", inclusive a las tempranas fases orales: "tragárselo
con los ojos".
Sabemos que la primera muestra de interrelación social entre el niño y su madre es la
mirada, y este hecho, así como las diferencias emocionales que pueden caracterizarla, es un
elemento definitivo en la formación de la personalidad. Es un lazo inconfundible de contacto
sensible, donde se inicia la percepción que tendrá el niño de sí mismo.
Esta mirada del bebe a los ojos de la madre no es tan solo un acto sin propósito, sino
que tiene la significación psicológica de un vínculo incipiente. Miradas de aceptación y cariño
promueven el desarrollo al instaurar imágenes yoicas "buenas". Miradas ansiosas, esquivas o
rechazantes obstaculizarán el progreso al crear imágenes amenazantes y peligrosas
Vemos así como la mirada entre el bebé y la madre sobrepasa los límites de la común
interacción, para entrar en el campo de la intimidad y de la necesidad de identidad del hijo.
Representa algo más que el solo acto de ver: es para el niño la comprobación de su existencia,
puesto que no sólo mira, sino que tiene la sensación de ser mirado.
La importancia de este vínculo está dada por su ocurrencia simultánea con la oralidad
y el pecho, es decir, que acontece en un mismo nivel de desarrollo, dentro de una misma
estructura psicológica, y con magnitudes y cualidades idénticas; por tanto, en este mirar del
bebe se están expresando fantasías similares, Libidinales o agresivas, que simultáneamente
están operando en su relación oral con el pecho.
Debido a la precocidad de la vinculación con los ojos de la madre, en las tempranas
fases orales y por simultaneidad con los momentos de la succión del pecho, es que los ojos
maternos pasar a ser una prolongación del seno, y su riqueza expresiva permite al bebé conocer
lo que le está ocurriendo a su objeto.
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Fenichel partiendo del estudio de trastornos de la visión, dejó claramente establecido
que la mirada tiene una significación oral, en su csica ecuación "mirar-comer “sugiriendo que
la visión se sustenta en idénticas cualidades libidinales-al decir que "la mirada está cargada de
anhelos oral-incorporativos y oral sádicos
Otros autores han confirmado las afirmaciones de Fenichel, entre ellos, Susan Isaac,
quien señala que los ojos incorporan al mundo exterior en la misma forma que la boca, y
"conservan su significación oral durante toda la vida".
Tres autores, Ribble, Spitz y Gough, observando lactantes, han descripto un
comportamiento ocular constante: alrededor del primer mes de vida: tan pronto el pecho es
introducido al niño en la boca, éste fija su mirada en los ojos de la madre y la mantiene así
durante todo el tiempo que dura la alimentación.
Gough es quien ha puntualizado con más detalle algunas características de este
comportamiento:
Observa que esa "mirada" se modifica así: Si la madre desvía sus ojos de los del niño,
éste sigue los ojos de ella hasta tanto deje de percibir los dos ojos. Recién en este momento el
bebé desvía su mirada hacia otro objeto iluminado o bien cierra los ojos.
Si la madre vuelve a mirar fijamente los ojos del bebe, éste vuelve a "clavar" su mirada
en los de ella. Hay así un "reforzamiento mutuo" del acto, y por ejemplo en madres ansiosas
que miran hacia otro lado o conversan cuando están alimentando al bebe, provocan la
desviación de su mirada o el cierre de sus ojos. Sugiere Gough que este comportamiento
obedece a un mecanismo innato y que es un aspecto precoz de la relación del infante con el
mundo exterior.
Teniendo en cuenta la riqueza expresiva de los ojos y siendo el centro del rostro,
observamos que el bebé cuando succiona, al mirar los ojos de su madre, encuentra en ellos una
suerte de pantalla donde proyecta sus propias fantasías, y a su vez intenta descifrar las
respuestas de su objeto-madre.
Vale decir que la introyección de los ojos maternos y su mirada se sumarán a la
incorporación simultánea del pecho, ayudando a conformar los aspectos yoicos y superyoicos
correspondientes a las fantasías proyectadas y a las respuestas obtenidas.
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Una mirada cariñosa y atenta de la madre, mitigará la angustia oral, y será introyectada
como un "objeto bueno", tanto en el Yo como en el Superyo, conformando aspectos
bondadosos, mientras que la introyección de una mirada evasiva o rechazante de la madre
conformará aspectos yoicos y superyoicos amenazantes
Estadio del espejo es el término con que Lacan (Lacan, 1949) denomina al fenómeno
que se produce entre los 6 y los 18 meses de edad, cuando el bebé reacciona con satisfacción
al descubrir su figura en el espejo. Se produce una transformación en el pequeño, al adquirir
una imagen total y unificante de su propio cuerpo.
Esto da lugar a la formación del Yo, que se construye entonces, a partir de una imagen
externa, lo cual implica que la identidad nos es dada desde afuera. Sabemos que Lacan, en uno
de sus primeros escritos, presenta la fase del espejo como formadora de la función del Yo. En
este estadio, el niño se identifica con la imagen que le devuelve el espejo, y, al reconocer la de
la madre, reconoce la suya y la asume con regocijo como propia. Se produce una
transformación en el bebé, que le posibilita adquirir una imagen total de su cuerpo
En la fase del espejo, están el bebé y su imagen reflejada. Pero él ignora que esa imagen
le pertenece. Para saberlo, necesita que la madre aparezca también reflejada, y que le diga quién
es quién. De lo contrario, si sólo observa su figura, quedará perdido en el espejo y no se
encontrará, corriendo la misma suerte que Narciso, al que el espejo se le volvió una trampa
mortal, porque no había ningún otro que le sirviera de referente.
Sobre el modelo de la primera experiencia de mirarse en los ojos maternos, de saberse
a través de esa mirada, se edificarán otras experiencias. El espejo se irá complejizando en su
función. Será testigo y parámetro, amigo o enemigo.
El niño, capturado por una identificación imaginaria, asumirá también como
representantes, los significantes señalados por sus padres. Aprende quién es a partir de lo que
los otros le dicen. Estos pronunciamientos simbólicos van ligando la imagen con una infinidad
de representaciones lingüísticas. Lo imaginario será entonces estructurado como lenguaje.
Merleau Ponty dice que, a partir de la ceremonia especular, el niño aprende que allí
puede darse un espectáculo de mismo, contando con la posibilidad de ser su propio
espectador.
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Sobre la base de este modelo, a través de la serie de identificaciones que el pequeño
realiza sucesivamente con la madre, con el espejo y con sus semejantes, se instaura el Yo.
Ahora, el niño podrá captarse como unidad a través de la identidad que adquiere, aunque se
trata de una identidad enajenante, puesto que es otro el que está indicando que “eso eres tú”. O
sea, la representación del sujeto queda establecida fuera de sí, en ese espejo que conforma un
espacio virtual. El espejo muestra lo que el otro ve de él.
El Yo se configura entonces con la imagen que el espejo nos proporciona, exterior a
nosotros y que surge a partir del espejismo resultante de un intercambio de miradas. Espejismo
narcisista, al fin, que provoca efectos de seducción y captura que son fundamentales en todo
encuentro. ¿Acaso cuando Narciso se arroja sobre el espejo de agua, no encierra un profundo
deseo de ver y capturar su propia mirada? El “verse “en el espejo, o aún más, en el otro, es
“hacerse ver”, “darse a ver”.
Pero no sólo encontramos el “verse” narcisista, sino también la tensión de la mirada del
Otro. Mirada que nos advierte de la presencia de un espacio del Otro. Entonces, cuando
miramos al otro, estamos encontrando algo de nosotros mismos reflejado, algo perdido pero
reencontrado a partir de la aparición del Otro.
La captación recíproca de la mirada sugiere un anhelo de completud, al mismo tiempo
que una sensación de pérdida de identidad al quedar fusionado en el espacio del otro.
Tomando la noción de deseo puntualizamos: el hombre persigue un anhelo de
completud imposible de alcanzar, que lo convierte en un ser “deseante” de su complemento. A
partir de esa carencia, de esa “falta inaugural”, el ser humano se evidencia a mismo como
deseo y realiza desplazamientos en otros objetos que nunca serán totalmente adecuados.
El sujeto, desprovisto de una totalidad, busca aquella mitad de mismo en el
reencontrarse en el otro.
Winnicott (1971), afirma que el vínculo temprano está formado por la díada madre
bebé, a partir del encuentro y unión establecida entre ellos durante el primer año de vida.
Madre e hijo constituyen una díada interactuante e indivisible, una unidad relacional,
en la que no puede pensarse al bebé sin su madre, ni a la madre sin su bebé.
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Winnicott, inspirado en las ideas de J. Lacan, propone una cierta diferencia conceptual:
lo que el bebé ve en la mirada de la madre es el reflejo de la reacción de amor de ella, a través
de la fascinación que éste le provoca. Cuando la madre está emocionalmente ausente,
deprimida, o no responde a su mirada, el niño ve sólo eso, el estado de ánimo de ella o su
ausencia. Esto le afecta en el intercambio con su ambiente; no puede dar sentido a sus
experiencias, no logra significarlas.
Otra función que Winnicott propone es el Rol de espejo de la madre y la familia. En
este punto, nuevamente reconoce inspirarse en el concepto planteado por J. Lacan (1949), sobre
la función del espejo, en donde ambos coinciden tal vez con algunos acentos distintos en que
el sujeto se estructura y reconoce a través del otro. En el caso de Lacan, uno de sus énfasis
estará puesto en que la mirada del otro no sólo sostiene al bebé, sino que además le brinda una
imagen de completud que lo captura e integra, o sea el bebé recibe una imagen completada de
sí mismo tomada de la imagen del otro, que se presta a su imagen fragmentada.
En el caso de Winnicott, él propondrá que la mirada de la madre le devuelve al bebé su
propia imagen, a través del embelesamiento que él provoca en ella y del amor con que ella lo
mira. En realidad, lo que él ve es la reacción de amor de ella y que se refleja en una mirada
colmada y satisfecha. Cuando la madre está ausente emocionalmente, deprimida, fatigada o no
responde a su mirada, él niño ve eso, el estado de ánimo de ella o su ausencia. Esto afecta el
intercambio del niño con su ambiente, no logra encontrar significado a sus experiencias, no les
puede dar sentido, no hay sintonía con el ambiente.
Los contrastes emocionales de la madre, reflejados en su mirada, serán un elemento
definitorio para la formación de la personalidad del niño.
Una madre insuficientemente buena será aquella que para el bebé resulta imprevisible,
que pasa de una actitud a otra de manera súbita, sin que el niño pueda confiar en ella ni prever
sus conductas.
Winnicott siempre rescatará la idea de que a medida que el niño crece, existe un monto
de displacer, dolor o incomodidad cada vez mayor que el niño podrá soportar. El punto está en
que en cada momento estas experiencias desagradables no sobrepasen cierto umbral de
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tolerancia, que es dado a cada uno por sus experiencias positivas con el ambiente y también
por su potencial heredado.
En este sentido Winnicott ofrece un planteo muy esperanzador a los padres, que radica
en la creencia de que las experiencias de cuidado y amor enmiendan la estructura del yo en
formación, recuperan al niño de sus transitorias vivencias de desintegración, discontinuidad,
fragmentación etc. Por lo tanto, bastaría una madre suficientemente buena capaz de aprender
de la experiencia y de reparar, para que las situaciones cotidianas negativas, no dejen un sello
traumático.
André Green, en su artículo sobre La madre muerta (1980), plantea los problemas del
duelo blanco utilizando la metáfora de la “madre muerta” para designar las consecuencias
psíquicas que se producen, no por la muerte real de la madre”, sino en relación a “una imago
que se constituye a consecuencia de la depresión de la figura materna”, que convierte al objeto
vivo en uno lejano, cuasi inanimado, átono.
Esta madre lejana, distante, fría, que mira al niño sin verlo, afecta fuertemente el futuro
libidinal, objetal y narcisista del pequeño. De esta manera, el infante tiene frente a su mirada y
como espejo de ésta, a una madre que lo cuida, pero que emocionalmente está muerta.
La depresión materna, que puede ser producida por la muerte o pérdida real de un objeto
amoroso para ella, de una fuerte herida narcisista u otro tipo de infortunio, no es percibida
claramente por el bebé, ya que se encuentra encriptada. La madre por su parte atiende al hijo,
pero cae en lo que Green ha dado por llamar un “pecho falso, producto de un mismo materno
falso, que nutre a un bebé falso”, siguiendo a Winnicott.
En este caso la psique queda poblada por fantasmas persecutorios y/o personajes
grandiosos; el proceso narcisista que interviene en la constitución del Yo se afecta, se
distorsiona y se crea una pseudo estructura psíquica.
Adicionalmente, este fenómeno denota un apego a lo destructivo que Green (1993)
refiere como apego a lo negativo y que trasladado a la clínica se observa como un constante
saltar de la investidura, a la desinvestidura, de la agresión, al masoquismo, etc.
Es decir, que la madre se ha adaptado operativamente a las necesidades del bebé, pero
no ha podido volcar sobre éste las investiduras libidinales.
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Lo investido es un abismo, un vacío, es un objeto perdido que gravita alrededor como
un fantasma, pero al mismo tiempo, dejando a madre e hijo como presencias ausentes.
Esto produce una angustia crónica en la díada, que, sin embargo, permanece, aunque
sea en apariencia, ligada a la realidad circundante. Se forma un núcleo helado en el centro de
la identidad del infante, reflejo del de la madre.
Vemos, pues, que en la vida de todo individuo la madre es morada y protección, cuando
lo recibe y preserva. Pero ¡qué frío refugio es la mirada de una madre que no ve a su hijo y sólo
se ve a sí misma!
Cerraremos esta exposición, con algunos poemas, que han expresado mejor que
nosotros, lo que sucede cuando se ausenta la mirada materna en la vida del infante:
Hoy mi madre no me quiso. La he rondado horas enteras vestido de capitán, de mago,
de marinero, pero nada, no me quiso ni me ha pegado siquiera.
Salgo a morir al baldío volteando todas las puertas. Arde el sol en el silencio amarillo
de la siesta.
Ni gatos ni vigilantes.
Sólo la calle desierta.
¿Cómo me voy a morir
sin que mi madre me vea
4
?”
Finalmente, un breve poema de Octavio Paz:
Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños
llévame, madre mía,
4
Tejada Gómez, A. (1963). Primera soledad. En Luz de entonces. Recuperado de https://ejemplo.com/primera-
soledad
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despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca
5
5
Octavio Paz, "La poesía", en Ladera este, Siglo XXI Editores, 1969.
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REFERENCIAS
Dávila, M. (2008). El lugar de la “mirada” en el devenir transferencial: desde lo
escópico hacia las imágenes intrapsíquicas del analista. Trabajo presentado en
el XXVII Congreso FEPAL, Santiago de Chile.
Green, A. (1980). La madre muerta. En Narcisismo de vida, narcisismo de
muerte (pp. 209238). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Gough, D. (1962). The visual behavior of infants in the first few weeks of life.
Proceedings of the Royal Society of Medicine, 55(4).
Lacan, J. (1949). El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)
[Comunicación presentada en el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis,
Zurich, 17 de julio de 1949]. En Escritos 1.
Merleau-Ponty, M. (1964). Le Visible et L’Invisible. Paris: Gallimard.
Winnicott, D. W. (1971). Realidad y juego. Buenos Aires: Editorial Paidós.