Capitulo V: La cámara Lúcida – Roland Barthes – ¿Qué fotografía la fotografía? Casi un juego de palabras que encierra una de las preguntas más importantes que ha atravesado toda reflexión sobre el acto de fotografiar. Pregunta compleja, con múltiples respuestas, que siempre parecen inciertas e incompletas, pero que, sin duda, nos dan una noción sobre la potencia del lenguaje fotográfico. ¿Qué fotografía la fotografía cuando retrata a un ser humano? Esta podría ser la pregunta que se hace Roland Barthes en el capítulo V de su libro “La cámara Lúcida”. Esta misma pregunta es la que elegimos nosotros para respondernos en este texto que quiere introducirnos en las apreciaciones realizadas por Barthes sobre el acto fotográfico. Barthes logra hacer estas apreciaciones en “primera persona” por el hecho de remitirse a él como fotografiado, y así a los retratos que le han realizado. Como sujeto fotografiado, confiesa: “cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de «posar», me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen” (Barthes, 1989, 41). Sobre este punto queremos profundizar nuestro análisis. Intentaremos hacer una pequeña introducción a un ensayo mayor que se dedique enteramente a indagar cómo el acto de fotografiar y el acto de posar se espejan veladamente. Comenzaremos por decir que los seres humanos, cuando registramos que vamos a ser fotografiados, algo en nosotros se modifica, consciente y/o inconscientemente. También, y a su vez, quien está por presionar el disparador, en algún punto, es modificado. De este modo comienza un juego de espejos en el cual se nos hace difícil reconocer nuestro reflejo (haciendo una analogía con aquello que se dice de la fotografía como “reflejo de lo real”) Ante esta realidad Barthes tiene el deseo improbable, y lo sabe, de hacer que su propia imagen “móvil, sometida al traqueteo de mil fotos cambiantes, a merced de las situaciones, de las edades, coincida siempre con mi “yo”” (Barthes, 1989, 42). Sin embargo, el espejo de la realidad convertida en imagen, en retrato, le devuelve exactamente lo contrario de lo que desea. Expresa no encontrar coincidencia entre su “yo” y su imagen. Por lo que aborda una conclusión: “es la imagen la que es pesada, inmóvil, obstinada (es la causa por la que la sociedad se apoya en ella), y soy «yo» quien soy ligero, dividido, disperso (…)” (Barthes, 1989, 43). Todo lo cual se da debido a que la imagen que queremos dar, muchas veces, está muy lejos de la esencia del “yo”. Observamos que hemos hablado sólo de una cara del asunto. En la otra cara está el fotógrafo, que trata de captar esa esencia y que se encuentra con el propio límite del “yo” personal, artístico. El fotógrafo debe pelear para que, en esa milésima de segundo, en ese acto del “click”, quede registrado aquello que como artista quiere lograr, y en este punto hasta el modelo más versado y obediente tiene sus resistencias. Podemos teorizar que la imagen de uno mismo es propia, adquirida y conflictuante. Propia porque es de uno, adquirida porque la obtiene por reflejo de los otros y conflictuante por la distancia entre lo que uno cree que es y lo que uno cree que los otros ven de uno, sin contar con lo que el individuo es realmente y como desea que lo vean. Podemos teorizar, decíamos, pero no abordar la raíz compleja y profunda del asunto. Asimismo, podemos decir que la fotografía, retrata incertidumbres de milésimas de segundos, que, además, son vistos por los ojos de los espectadores que, a su vez, lo interpretan desde sus bagajes socio-culturales personles. Pero concentremonos en las dos caras del asunto como veníamos planteando. Barthes lo enuncia: “La Foto-retrato es una empalizada de fuerzas. Cuatro imaginarios se cruzan, se afrontan, se deforman. Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte” (Barthes, 1989, 41). A partir de este breve recorrido por el capítulo V de Barthes, acompañado de observaciones de tono personal, llegamos a una posible y limitada (siempre lo serán) conclusión: el fotógrafo se enfrenta a dos incertidumbres, que juntas no hacen una certeza sino una tendencia. Estas incertidumbres se vuelven un desafío que nos plantea un panorama, también (y ya no sorprende), doble: por un lado demuestra la complejidad de capas que el acto fotográfico significa al momento de retratar; por otro lado, nos permite entender que, al fin y al cabo, la fotografía es una Bella Arte, plagada de mil historias que, en definitiva, se cuentan solas en la puesta en juego del acto mismo de crear.