“Malas madres”. Maternidades en clave feminista “Bad mothers”. Maternity in a feminist key Eugenia Freire Estudiante avanzada de Ciencias de la Comunicación Universidad de Buenos Aires Buenos Aires, Argentina freire.euge@gmail.com Fecha de envío: 15/05/2022 Fecha de aceptación: 08/09/2022 ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s26839784/bm507o0x6 Resumen Este artículo busca, en primer lugar, recoger las prácticas y representaciones sobre la maternidad en un grupo de mujeres de entre 30 y 57 años, con estudios superiores, con empleo en relación de dependencia, hijos menores de 15 de años, argentinas residiendo en su país de origen, con casa propia. El objetivo, en primer lugar, es, a través de una serie de entrevistas individuales y semiestructuradas, conocer cuáles son los discursos que las mujeres sostienen sobre la maternidad en general y sobre sus prácticas, en particular. A partir de la confección de un corpus de análisis, poder analizar las prácticas que han sido estructuradas a lo largo de todo su proceso de socialización, para poder dar cuenta de cómo, desde la primera infancia, las mujeres son educadas para reproducir un modelo hegemónico de la maternidad. En este sentido, una primera hipótesis tomada como punto de partida para este trabajo de investigación sostiene que en el proceso de socialización, las mujeres, desde su primera infancia, adquieren un habitus específico, que no sólo tiene que ver con el hecho de convertirse en madres, sino con “ser buenas madres”, lo cual está directamente relacionado con su búsqueda del reconocimiento (Bourdieu, 1997), motivo por el cual resulta impensable, o por lo menos, difícil de imaginar, delegar su rol como madre a otros, ya que esto supone el riesgo de perder su identidad o, dicho de otra manera, su posición dentro del espacio social. A pesar de que es posible observar en estas entrevistas la adhesión y reproducción de un modelo hegemónico de maternidad, es posible verificar que esta adhesión no se da de forma total, sino como una interiorización negociada del habitus. Esto nos lleva a una segunda hipótesis que sostiene que, si bien las mujeres entrevistadas han adquirido un habitus que ha estructurado sus prácticas en cuanto a la maternidad, éste ha sido modificado en el proceso de interiorización. Las mujeres-madres realizan constantemente “negociaciones” con el “ideal de maternidad”, resultado de rupturas y emergencia de nuevas significaciones imaginarias sociales (Castoriadis, 1996). Aunque cabe señalar que, tal y como relatan las entrevistadas, estas rupturas con el mandato social suponen necesariamente la aparición de sentimientos de culpa o de violencia por parte de otros agentes sociales que tienden a corregir el desvío. Por último, me interesa destacar cómo las entrevistadas relatan las diferencias entre las prácticas observadas en sus propias madres y abuelas y las propias. Este punto lleva a una tarea, necesariamente relacionada con el objetivo político que contiene este trabajo: reflexionar sobre la posible transformación social (Butler, 2006), a través del desplazamiento del sentido “mala madre”, llevado a cabo por parte del feminismo, buscando reivindicar prácticas que hasta el momento eran (y son, aún hoy) motivo de violencia sobre las mujeres. Palabras claves: maternidad, mala madre, feminismo, performatividad, habitus, transformación social. Abstract This article seeks, in the first place, to collect the practices and representations about motherhood in a group of women between 30 and 57 years old, with higher education, with employment in a dependency relationship, children under 15 years of age, Argentines residing in their Country of origin, own home. The objective, in the first place, is, through a series of individual and semi-structured interviews, to find out what are the discourses that women hold about motherhood in general and about its practices, in particular. From the preparation of a corpus of analysis, to be able to analyze the practices that have been structured throughout their entire socialization process, in order to account for how, from early childhood, women are educated to reproduce a hegemonic model of motherhood. In this sense, a first hypothesis taken as a starting point for this research work maintains that in the process of socialization, women, from early childhood, acquire a specific habitus, which not only has to do with the fact of becoming mothers, but with "being good mothers", which is directly related to her search for recognition (Bourdieu, 1997), which is why it is unthinkable, or at least difficult to imagine, delegating her role as a mother to others, since this entails the risk of losing their identity or, in other words, their position within the social space. Although it is possible to observe in these interviews the adherence and reproduction of a hegemonic model of motherhood, it is possible to verify that this adherence does not occur in a total way, but as a negotiated internalization of the habitus. This leads us to a second hypothesis that maintains that, although the women interviewed have acquired a habitus that has structured their practices regarding motherhood, this has been modified in the internalization process. Women-mothers constantly carry out “negotiations” with the “ideal of motherhood”, the result of ruptures and the emergence of new imaginary social meanings (Castoriadis, 1996). Although it should be noted that, as reported by the interviewees, these ruptures with the social mandate necessarily entail the appearance of feelings of guilt or violence on the part of other social agents who tend to correct the deviation. Finally, I am interested in highlighting how the interviewees report the differences between the practices observed in their own mothers and grandmothers and their own. This point leads to a task, necessarily related to the political objective contained in this work: to reflect on the possible social transformation (Butler, 2006), through the displacement of the meaning "bad mother", carried out by feminism, seeking vindicate practices that until now were (and are, still today) a reason for violence against women. Keywords: maternity, bad mother, feminism, performativity, habitus, social transformation. Introducción El año 2015 se convirtió en un año bisagra para los movimientos de reivindicación de derechos para las mujeres en Argentina. Ese año, tras hacerse públicos detalles sobre numerosos femicidios, una parte de la sociedad se movilizó para reclamar al Estado políticas para erradicar la violencia machista. Bajo la consigna “Ni una menos” miles de mujeres marcharon sobre las calles de las principales ciudades del país. En 2015 algo se rompió. Las mujeres que habían naturalizado la violencia machista y la desigualdad, intercambiaban experiencias y relatos que daban cuenta que muchas de ellas habían sufrido en algún momento de su vida, por lo menos, discriminación por ser mujer o incluso acoso. Con la primera movilización bajo el lema “Ni una menos” un universo de sentidos se daba cita en las calles. Las mujeres comenzaron un proceso de desnaturalización de ciertas experiencias pasadas y presentes, en relación a su lugar en el mundo laboral, pareja, sexualidad, comportamientos, etc. En este contexto de transformación social se desencadenaron una serie de críticas sobre prácticas, experiencias e identidades que hasta ese momento no se ponían en cuestionamiento pública y masivamente. Muchas de las instituciones sociales, entre ellas la maternidad, comenzaron a ser cuestionadas desde una perspectiva de género. La masiva demanda de una ley de aborto, legal y seguro, viene acompañando la idea de que la maternidad debe ser elegida por la propia mujer, pero también lleva implícita la exigencia de que el Estado reconozca a la mujer como sujeto de derecho sobre su propio cuerpo. Una demanda que, si bien llevaba muchos años promovida por determinados grupos sociales, durante las movilizaciones sociales de los últimos siete años, se vuelve un reclamo de carácter masivo. En este contexto de ebullición social, se observa cómo comienzan a gestarse nuevos discursos acerca de la maternidad: un conjunto de creencias compartidas por los miembros de la sociedad occidental capitalista, basadas en la división social del trabajo, donde a las mujeres se les asigna el lugar de la casa y la crianza de los hijos y a los hombres, el mundo exterior, el trabajo y el ocio. Incluso, aunque muchas mujeres sean profesionales con un trabajo remunerado, la responsabilidad de la crianza y el cuidado del hogar recae exclusivamente sobre ellas. Tal como señaló Silvia Federici, el orden social y económico capitalista se funda sobre el desplazamiento violento de las mujeres, del espacio público hacia el orden privado: “la conquista del cuerpo femenino sigue siendo una precondición para la acumulación de trabajo y riqueza, tal como lo demuestra la inversión institucional en el desarrollo de nuevas tecnologías reproductivas que, más que nunca, reducen a las mujeres a meros vientres” (Federici, 2010). En este sentido, el imaginario sobre la mujer-madre, que antepone por sobre todo el bienestar familiar, se viste de determinada manera, habla de determinados temas del orden doméstico, se ocupa de las tareas de mantenimiento de la casa, etc. responde a intereses del sistema capitalista más que a un deseo de las propias mujeres. En este contexto, el concepto “mala madre” surge originalmente para reforzar el modelo hegemónico de lo que implica ser una “buena madre”, ejerciendo una suerte de violencia simbólica sobre las mujeres y señalando el desvío en las prácticas de aquellas que delegan la crianza de sus hijos a otros para realizar otra actividad por fuera del hogar. En los últimos siete años, desde la primera movilización “Ni una menos”, se observa la emergencia de nuevos discursos sobre la maternidad, los cuales discuten con el sistema capitalista patriarcal y se reapropian del concepto “malas madres”, en un intento de dar cuenta de la multiplicidad de prácticas que conviven dentro de la institución de la maternidad y visibilizar la violencia que recae sobre las mujeres cuando se las reduce a meros cuerpos reproductivos o de crianza. Para esta investigación se entrevistó a un grupo de mujeres-madres que nos abrieron las puertas de la maternidad a través del lenguaje, el cual se encuentra plagado de sus normas. Este trabajo pretende dar cuenta, por un lado, de cuáles son los discursos que circulan alrededor de la maternidad, qué significa ser madre para las entrevistadas y cómo esto es el resultado de una serie de lecciones aprendidas durante su proceso de sociabilización; y por otro lado, reflexionar sobre las apropiaciones, negociaciones y desvíos que realizan las mujeres-madres, como paso previo a la acción, es decir, a la lucha simbólica que despliega el feminismo al disputar al patriarcado el sentido de la maternidad. Este trabajo es un intento de repensar la maternidad en términos de política de los cuerpos y poner al frente de esta empresa a las “malas madres” que con sus experiencias sobre la crianza y deseos culposos convalidan y se reafirman en lo que antes era indecible. Criando niñas con instinto maternal En una primera instancia del análisis de las entrevistas realizadas a cinco mujeres, de entre 30 y 57 años, que sostienen afectiva y económicamente a sus hijos menores de 15 años, con y sin ayuda de su otro progenitor, con diferentes profesiones y con nivel de estudios superiores, se busca reflexionar sobre cómo fue el proceso de construcción de subjetividades durante los primeros años de vida de las niñas, y cómo ese aprendizaje se vio reforzado durante las etapas posteriores. En este sentido, tal y como señala Bourdieu cuando explica el proceso de adquisición del habitus, las mujeres desde la primera infancia adquieren un sentido práctico sobre la maternidad, es decir, sus cuerpos son adoctrinados para convertirse en cuidadoras, en madres. Al nacer, las niñas reciben un nombre femenino, perforan sus orejas, les colocan pendientes y las visten de determinada forma para no dar lugar a duda su género. Apenas llegan al mundo, los cuerpos de las niñas cuerpos son moldeados de acuerdo al sexo de su nacimiento. Durante su crecimiento, las niñas observan de sus referentes cuidadoras, madres y abuelas, mujeres (como ellas) que cuidan de los/as hijos/as propios/as y ajenos/as, cuidan de sus parejas, cuidan de sus mayores, cocinan para ellos, lavan para ellos, limpian para ellos. Una vez que desarrollan sus capacidades motrices, son invitadas a reproducir este habitus que observan de sus mayores, a través del juego: se les asignan roles determinados en los juegos y se le obsequian juguetes asociados al cuidado de otros, como, por ejemplo, muñecos, cochecitos de bebés, artículos de limpieza, etc. Estos juegos que parecen inocentes y forman parte un sistema de enseñanza caracterizado por la observación y repetición de lo observado, moldean expectativas sociales sobre los cuerpos de las mujeres: al llegar a la edad adulta, se espera de ellas que controlen ciertas habilidades, como la de cocinar, limpiar y cuidar. Las niñas reproducen lo que ven de sus referentes adultas y a fuerza de repetición, aprenden durante el juego esto que la sociedad se esfuerza en llamar el “instinto maternal”. Este instinto que aparece como innato en las mujeres, es decir, se presenta como algo natural, es más bien una adquisición social, es el resultado de la interiorización de estructuras objetivas a través del juego de roles. La repetición del juego inscribe en los cuerpos de las niñas disposiciones duraderas que imponen su lógica particular de funcionamiento, lo que permite que estas niñas al convertirse en adultas, puedan convertirse en madres y llevar a cabo su rol como tales, sin cuestionamiento (Bourdieu, 1993). E: “El otro día leí una publicación que decía que había que dejar de romantizar la maternidad, porque no todo es color de rosa y que la depresión postparto es normal, pero no es conocida. ¿Cómo que no es conocida? La depresión postparto es súper conocida. Lo que tiene que cambiar es que nosotras tenemos que mostrar que estamos mal, que estamos cansadas. Cuando recién tenés un hijo, es hermoso, pero estás cansada: no dormís, estás deprimida porque las hormonas están revolucionadas y tenemos esa mala costumbre de decir “yo puedo con todo”. No sabés por qué, pero lo sacás de adentro: si te lo enseñaron o si lo traes de tus ancestras que tenés que poder con todo. - ¿Crees que es una cuestión de género, que a los varones no les pasa eso de que tienen que poder con todo? E: No les pasa. No les pasa. No les pasa de que tienen que poder con todo. Donde yo trabajo, mi jefa tuvo un bebé hace poco… estaba recién parida y yo la quise ayudar a tenerle al bebé mientras ella se hacía la comida y me dice: “No, yo puedo con todo” y fue como inconsciente cuando lo dijo, ¿no? Le salió así. Y es que vos querés creer que podés con todo, no es que podés con todo. O sea, no digas nunca que podés con todo, menos adelante de tu marido (risas), que después va a entender que vos podés con todo. - Claro, si te están ofreciendo ayuda ¿por qué no tomarla? E: Claro. Puede con todo, pero, ¿a qué costo? A costo de cansancio. Quizás ella en ese momento sentía que podía con todo, porque se estaba exigiendo a ella misma que debía poder con todo. Porque es la exigencia que traemos con nosotras desde siempre: “Tenés que poder con todo… Tenés que poder con la casa, tenés que poder con los chicos, tenés que poder con tu marido cuando viene cansado, tenés que estar siempre dispuesta y abierta porque es el mandato. Es una cuestión de mandato. Yo te lo digo claramente: mi mamá era del mandato de “a tu marido lo tenés que tener contento, tenés que tener la casa limpia todos los días, tenés que tener a los chicos preparados para cuando llega tu marido de trabajar…” Hay todo un mandato...eh... que es parte de la educación y parte social, porque quizás tu mamá no te lo dice, pero lo ves… por ahí te criaste viendo cómo había una mujer en tu casa que tenía todo impecable para cuando llegara el marido y cuando llegaba, él quería silencio y los chicos no podían gritar, no podían jugar, nada… porque el marido se sentaba a ver el noticiero, por ejemplo. O ibas a la casa de una amiga y era tal cual. O sea, hay amigas, de más o menos mi edad, cuarenta y tantos, que todavía funcionan así. Estar en la casa de una amiga y que me diga “Uy son las 5, me voy a poner a limpiar, así cuando llega mi marido, le preparo el mate y lo atiendo”. O sea, como que eso está. Está como muy fijado todavía. También creo que va cambiando. Porque, así como hay mujeres de mi edad y también de tu edad, que siguen funcionando de esa manera, hay otras que no. Veo que hay vínculos que son como más sanos o más participativos en el matrimonio… que conozco. Ehhh… No solamente jóvenes, sino también matrimonios ya de años eh... y eso te va marcando que va habiendo, de a poco, un cambio de paradigma en lo que es la relación de pareja. Como que ya se venía instalando de a poco… eh… Pero todavía cuesta. En la primera parte de este fragmento de una de las entrevistas, se puede observar cómo la entrevistada se sorprende del contenido de una publicación que leyó en Instagram, donde se argumenta por qué hay que dejar de romantizar la maternidad. Lo que le llama la atención no es precisamente la premisa general, sino que la publicación sostenga que la maternidad no debe ser romantizada debido al periodo del posparto, el cual, según señala la publicación, es “poco conocido”. Para la entrevistada, la depresión posparto es un hecho relevante a la hora de hablar de la maternidad y sostiene que el hecho de que sea “poco conocida” se debe a que las mujeres “tenemos la mala costumbre de decir ‘yo puedo con todo’. No sabés por qué, pero lo sacás de adentro: si te lo enseñaron o si lo traes de tus ancestras que tenés que poder con todo”. Esta frase resulta llamativa para dar cuenta del proceso de aprendizaje que atraviesan las mujeres, el cual en determinado momento se materializa a través de comportamientos o expresiones como la repetida frase: “yo puedo con todo”. Siguiendo con la hipótesis del aprendizaje a través del juego, durante la infancia, normalmente, las niñas juegan a juegos en solitario, como pueden ser los quehaceres de la casa, cuidar del bebé, lavar o planchar. Se trata de juegos que no se necesita a un otro para poder llevarlos a cabo, sino con una misma basta. En este sentido, resulta llamativa la diferencia que se presenta con los juegos preferidos entre los varones, que suelen ser deportes en equipo, como el fútbol, la mancha, etc. A partir de estas observaciones, es posible sostener que la dinámica de los juegos influye en la creación de subjetividades: mientras que a las niñas se les plantean juegos solitarios y relacionados con la casa; a los varones, se les fomenta el desarrollo deportivo en equipo. En este fragmento de entrevista, también se hace referencia a algo que está presente en todas las mujeres, lo llama “costumbre” y resulta llamativo que señale que se encuentra “adentro” de cada cuerpo. Esta descripción remite inmediatamente al concepto que se mencionaba anteriormente: “El habitus cumple una función (...): es un cuerpo socializado, un cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incorporado a las estructuras inmanentes de un mundo o de un sector particular de este mundo, de un campo y que estructura la percepción de este mundo y también la acción de este mundo” (Bourdieu, 1997, p.146). El habitus se encuentra inscripto en los cuerpos de las mujeres y cuando éstas se convierten en madres, actúa modelando su percepción y comportamientos, devolviéndoles su rol en el juego, haciéndolas actuar como si fueran aquellas niñas que podían con todo (cocinar, limpiar y cambiar pañales), porque no tenían otras responsabilidades más que jugar. Por último, es preciso destacar la duda que expresa la entrevistada en relación a la procedencia de la “mala costumbre de las mujeres”: “te lo enseñaron o lo traes de tus ancestras”, haciendo hincapié a que se trata de un pasaje de conocimientos de mujer a mujer. Aquí, la frase hace referencia a que la adquisición del habitus se produce en el seno de la familia, específicamente, son las madres y abuelas quienes transfieren la maternidad, como una institución corporizada, a las niñas y refuerzan el “mandato”, como lo llama la entrevistada, a lo largo de su vida. La culpa es de las madres El concepto de habitus acuñado por Bourdieu, permite reflexionar sobre aquellos principios generadores de prácticas y representaciones que suponen una serie de reglas que fueron interiorizadas por los agentes en su proceso de sociabilización (Bourdieu, 1993). En el caso de las mujeres-madres, para ser reconocidas por otros agentes sociales como tales, deben cumplir con ciertas normas que supone la maternidad. Estas normas no se encuentran redactas en ningún reglamento, sino que son materializadas a través del cuerpo, las conductas, actitudes, expresiones, lenguaje. El cuerpo es el soporte de la institución que fue aprendida. Pero, ¿quién transfiere ese conocimiento al cuerpo? Otros agentes. En el caso de la maternidad, como mencionaba anteriormente, son los cuerpos de madres y abuelas, quienes soportan la maternidad y la hacen carne, pero también son quienes transfieren ese saber corporizado a sus hijas y nietas. Las mujeres no nacen con un instinto maternal ni con deseos de crianza y convertirse en cuidadoras. Es algo que va aprendiendo a lo largo que va convirtiéndose en un agente social. Su proceso socialización implica participar de un sistema de relaciones sociales, donde los varones ocupan unos roles y jerarquías en el campo social y las mujeres, otros. Pero, ¿podemos elegir ser madres? En los últimos años, se ha observado a nivel global una tendencia a la baja en la tasa de natalidad (Banco Mundial, 2020), lo cual tiene múltiples explicaciones. Algunas de las razones que expresan las entrevistadas de por qué nacen menos bebés en el mundo son, entre otras cosas, la necesidad de desarrollo profesional de las mujeres antes de ser madres, la dificultad de encontrar una pareja con quien compartir la crianza, el miedo a que un bebé sea un obstáculo para su carrera, etc. En este sentido, se puede observar cómo en el imaginario social se presenta un punto de inflexión en la vida de las mujeres: ser madre o no serlo. En determinado momento de sus vidas, las mujeres se vuelven en el blanco más recurrente para quienes detectan un comportamiento social anómalo y suelen expresarlo con una pregunta: “¿para cuándo el bebé?”. Sabemos que la maternidad, tal y como está planteada en nuestra sociedad, supone la renuncia a otros placeres y necesidades de las mujeres-madres. Pero saberlo, ¿nos permite eludir el problema? Este interrogante nos lleva a plantear el problema de las relaciones de dominación (Bourdieu, 1993) que se ejercen sobre los cuerpos de las mujeres, y que las reducen a meros cuerpos reproductivos y de crianza. Para entender esta dominación es necesario pensar las relaciones sociales en términos de reconocimiento: una mujer en su etapa fértil es o “debería ser” madre para que toda la inversión que se ha hecho en su proceso de socialización comience a dar sus frutos; de lo contrario, ésta carecerá de valor para la sociedad patriarcal capitalista, poniendo en peligro su identidad y por lo tanto, también su vida, como bien lo señala Butler: “El reconocimiento se convierte en una sede del poder mediante el cual se produce lo humano de forma diferencial” (Butler, 2006). Pero, ¿qué sucede cuando las mujeres terminan convirtiéndose en madres? ¿acaso darle un/a hijo/a la sociedad acaba con el señalamiento y cuestionamiento hacia la vida de las mujeres? La violencia simbólica que se ejerce sobre las mujeres se mantiene e incluso acentúa, en algunos casos, cuando se convierten en madres. - ¿Alguna vez escuchaste la expresión “mala madre”? E: ¡Ufff! Muchas veces… Bueh, por ejemplo, mi hermana… Había sido madre soltera, tenía 19 años, trabajaba y a veces quería salir y como dejaba a la hija, mi mamá decía que era una mala madre. Le decía: “Eso es de mala madre… dejar a tu hija para ir a bailar”. Y después lo ves, con el bum de las redes sociales, ehh… ves los comentarios en una nota, una noticia o lo que sea… ves los comentarios… Una actriz que se separa, va y hace su vida, tiene un novio nuevo… ¡Los comentarios! Los comentarios ahí te dicen todo. Y ves qué le dicen a la mujer, nada, por querer disfrutar un rato fuera de la maternidad… Es lo peor. - ¿Por qué otras cosas crees que señalan a una mujer como “mala madre”? E: Otro caso, una amiga que no salía corriendo al médico cuando al hijo le dolía algo. Esperaba. A veces vas con el chico al médico y tenés que esperar un tiempo. Entonces, la madre de ella, se enojaba y le decía de todo a ella por no llevar de urgencia a la criatura. Entonces las decisiones personales, cuando no son iguales a lo que el otro haría, sos mala madre. Sos “mala madre” porque no estás haciendo lo que yo haría. Sos “mala madre” porque no estás haciendo lo que hice con vos. Sobre todo viene de otras mujeres, más que de varones. Los varones no se fijan tanto en eso. Es la mujer la que se fija más en eso. Sos “mala madre” si dejas que tu hijo se coma una papa frita… si lo dejas viendo la tele hasta tarde… si elegís trabajar en lugar de estar con ellos. Si elegiste comprarte una remerita nueva y no le compraste algo nuevo a ellos. -Esto último que decís, es lo que genera mucha culpa en las mujeres... E: No sé si ves Los Simpsons, pero hay un capítulo en el que Marge se compra ese vestido de Chanel… Bueno la culpa de Marge por comprarse ese vestido multiuso… no me acuerdo cuánto lo había pagado, que era nada… y que Lisa le decía “Comprátelo, nunca te comprás nada para vos” y ella le respondía “La semana pasada me compré una lata de café”. Hasta ese punto… ehhh… estamos tan esclavizadas… pensando en que tenemos que dar todo, absolutamente todo para la familia. Ella (Marge) sentía que había actuado como una mala madre… ella tenía esa presión. - ¿Por qué crees que está todo el foco puesto en las madres y no así en los padres? E: Por el mandato. El histórico mandato hacia la mujer de que tiene que estar y ser madre y tiene que estar y ser para su familia y no puede hacer otra cosa que no sea eso. Porque tiene que ser perfecta en todo eso que hace. Y no para el hombre, porque el mandato para el hombre es “andá a trabajar”, volvé, traé la plata y ya está. Porque al hombre nunca le exigieron que tenían que cuidar a los hijos, que tenía que bañarlos, que tenía que hacerle la comida… Eso siempre fue exclusivo de la mujer, entonces, por eso siempre la mirada está en la mujer… y siempre desde la mujer y hacia la mujer. Vas a ver también comentarios de varones criticando. Pero son menos. Son más las mujeres contra las mujeres, las que todavía tienen ese chip que no se pueden sacar… la que están intentando deconstruirse… ehhh… pero tiene todo el tiempo la mirada del otro encima. En estos fragmentos tomados de otra entrevista, cuando se le pregunta a la entrevistada si conocía el término “mala madre”, no dudó y comenzó a relatar la experiencia de una mujer a la que conocía de cerca: su hermana, quien tuvo su primer bebé a los 19 años. Tal y como describe la entrevistada, su hermana sentía deseo de tener actividades propias de su edad, como salir a bailar, pero su condición de madre no parecía ser compatible con esos deseos, de acuerdo a la mirada de su propia madre (la abuela del bebé). En este relato se puede ver cómo no sólo las mujeres deben convertirse en madres para ser sujetos de valor para esta sociedad, sino también se las coacciona a ejercer su maternidad de determinada forma, en detrimento de sus deseos personales. No la reprime cualquiera, es su propia madre quien le reprocha que elija “dejar a tu hija para ir a bailar”. Aquí la madre funciona en el lugar de la sociedad ejerciendo sobre su hija una especie de violencia, con el objetivo de volverla hacia la norma que le ha enseñado: debe priorizar el cuidado, frente a sus propios placeres. Este tipo de reproches tiene consecuencias: en muchos casos, las mujeres-madres terminan eligiendo no delegar el cuidado de sus hijos/as, para evitar que se las catalogue como “malas madres” o incluso porque la aceptación de ciertas normas de cómo debe ser una “buena madre” han devenido en un sentimiento de culpa al desear otras cosas que no están relacionadas con su maternidad. Tal como señala Bourdieu, la dominación simbólica no se ejerce de forma consciente, sino que se da en la oscuridad de las disposiciones del habitus. De aquí la relevancia que adquiere el habitus de la maternidad, ya que instaura y perpetua las relaciones de dominación sobre las mujeres, legitimándolas (Bourdieu, 1993). Los sentimientos de culpa fueron sembrados en los cuerpos de las mujeres como una suerte de mecanismo de alarma ante cualquier deseo de traspasar la frontera que separa la maternidad con otros mundos. Al final del fragmento, la entrevistada afirma que al igual que su madre, otras mujeres son las encargadas de señalar el desvío de la norma: “son más las mujeres contra las mujeres, las que todavía tienen ese chip que no se pueden sacar… la que están intentando deconstruirse… ehhh… pero tiene todo el tiempo la mirada del otro encima”. Posiblemente esto se deba a que son las mujeres-madres quienes ven peligrar su reconocimiento al ver en otra mujer-madre cuestiona su propia identidad. - ¿Y qué crees que les pasa a las mujeres cuando se sienten tan cuestionadas? E: Mayormente siguen en su modo… Porque creo que estamos en un modo en que no nos importa tanto la mirada del otro, más allá de que pueda generar una angustia, inseguridad… ehh… Pero es como que hay una mayor libertad de poder decir “Si no te gusta, seguí de largo”. Tenemos una facilidad ahora del descarte… con las redes sociales… En el barrio es más difícil, con una vecina, es más difícil… -Al final es una crítica disciplinadora, de corregir la conducta de una mujer… E: Viene la disciplina, pero ¿de parte de quién? De otra mujer… que, si quedaría con los hijos, se sacrificaría por los hijos, que quizás por dentro esté diciendo “qué ganas de irme con mis amigas, una noche, aunque sea… ¿hace cuánto que no salgo?” … A veces te ponés a pensar, ¿Cuál es la necesidad de corregirla? ¿Qué te importa? Si no es tu hermana, no es tu hija, ¿Por qué esa necesidad de corregirla? A veces estás proyectando. No toleramos que el otro se anime a ser libre. En este tercer fragmento de una de las entrevistas, la entrevistada analiza qué pasa con las mujeres-madres que son reprendidas porque su comportamiento no se adecúa a la norma. De acuerdo con ella, la mirada de un otro que se autoconstituye en juez puede “generar angustia e inseguridad”, es decir, sentimientos que tienen la función de disciplinar y corregir el desvío. El habitus de las mujeres-madres constituye un conocimiento práctico, corporal, que coloca a las mujeres en determinado lugar dentro del campo social, lo que produce, pero también condiciona, todas sus prácticas. Las representaciones que las mujeres adquieren sobre la maternidad operan como condicionantes de sus propias prácticas, aunque no de manera explícita. Se trata de un aprendizaje incorporado, interiorizado, que se olvida como aprendizaje para convertirse en formas o esquemas de actuar en presente que resisten (por lo menos por un tiempo) cualquier cuestionamiento porque forman parte del sentido común, es decir, son compartidas por la mayoría de los miembros de una sociedad. Cualquier tipo de cuestionamiento a la maternidad, tal y como es concebida en la sociedad capitalista patriarcal, es vivido como una amenaza al orden instituido y a las subjetividades que tienen lugar en dicho orden. ¿Es posible otra maternidad? La sociedad moderna tiende a clausurar cualquier posibilidad de criticar sus propias instituciones, ya que el cuestionamiento amenaza su equilibrio. Esto bien lo señala, Castoriadis quién nos invita a reflexionar sobre el proceso de creación de individuos sociales, la transformación social y la tendencia a la clausura social. A través del concepto de magma de significaciones sociales (Castoriadis, 1981) es posible pensar cómo la sociedad se instaura a ella misma, creando de la nada instituciones que forman individuos sociales, capaces de perpetuar el orden social: no existen individuos por fuera de las instituciones, ellos son en ella y, por ende, de forma análoga, no existen mujeres-madres que no se comporten como tal. Renunciar al comportamiento que implica ser “buena madre”, puede significar para la mujer-madre el señalamiento, al no reconocimiento social y, por ende, a la muerte del sujeto. En este sentido, a través de los aportes de Castoriadis, podemos comprender que tal resistencia al cambio, si bien es una tendencia a la estabilidad y perpetuidad social, también es un mecanismo de supervivencia. De aquí que cualquier estrategia que se plantee para acabar con la sumisión de las madres, debe ser planteada como una estrategia de transformación de las instituciones, no de su destrucción. Como hemos visto en los párrafos anteriores, las representaciones que circulan sobre la maternidad, cómo debe ser una madre, cómo debe comportarse, etc., son interiorizadas y materializadas en sus prácticas, aunque es posible observar que, con el paso del tiempo, las generaciones más jóvenes se muestran reflexivas e incluso críticas con respecto a prácticas anteriores. Esto no significa que la institución de la maternidad esté en crisis, sino más bien que los agentes, en sus procesos de corporización del habitus realizan modificaciones de algunas prácticas, es decir, crean a partir de lo instituido. E: Yo, comparándome con mi mamá... Primero, la edad en la cual… ehhh… solemos tener hijos, es muy diferente a la que ellos solían hacerlo. Mi mamá fue mamá a los 23 años y se casó a los 21. Yo soy mamá a los 31 y ahora a los 36. Dí una prioridad al tema del estudio que mi mamá no se la dió… no se la pudo dar. (…) Por ejemplo, el tema de que uno decida tener otras vivencias, antes de asumir la responsabilidad de ser padres, porque no es solamente tener un hijo y después, bueno, veo qué hago. Por lo menos, así lo veo yo. Una vez que uno tiene un hijo, hay alguien que depende completamente de uno ¿no? Y uno se tiene que hacer responsable. Y no sólo eso, otra comparación: es que… ehh… antes con que trabajara mi papá alcanzaba la plata. Nosotros somos tres. Mi mamá se ocupaba de los tres. Se ocupaba de la limpieza de la casa. Y mi papá sólo se ocupaba de ir a trabajar. Hoy por hoy las cosas están, por lo menos en mi casa, mucho más compartidas y no alcanzaría la plata si Gonzalo (pareja) solo trabajara. Entonces, por mi salud mental, yo también necesito trabajar… Y además, nosotros íbamos al colegio medio turno, Facu (su hijo) va turno completo y yo creo eso también se me criticó bastante a mí, por parte de mis papás y mis suegros… los abuelos… porque el nene… “¿cómo va a ir al colegio todo el día? ¿cuándo va a tener tiempo de estar con la mamá y el papá?” Y yo creo que nosotros también le podemos dar el espacio, cuando venga del jardín de estar… jugar... y al mismo tiempo darle lo que él necesita y al mismo tiempo él tiene su lugar, dónde aprender, se le da una mejor educación, porque aprenden el idioma inglés, y se le da una mejor educación desde chiquitos y a la vez, yo creo, que se le sigue dando el mismo tiempo. Pero yo hasta he escuchado decir: “Pero, ¿cómo va a ir a sala de 1, de 8 a 4, que le estás sacando de encima al nene?” - ¿Pero esos cuestionamientos caían más sobre vos o era para ambos? E: Para ambos, pero si alguien tenía que dejar de trabajar era yo y no Gonzalo. Me lo dijeron explícitamente. Al inicio de este fragmento se puede ver cómo la entrevistada toma distancia de la experiencia de maternidad que tiene con respecto a la tuvo su madre: por un lado, ella tuvo a su primer hijo a los 31 años, mientras que su madre, a los 23, ya que el deseo de la maternidad de la entrevistada estaba supeditado al cumplimento de otros objetivos anteriores, como por ejemplo el finalizar su carrera universitaria. Aunque lo siguiente que señala es que una vez que se es madre, tu atención debe ser para el/la niño/a: “no es solamente tener un hijo y después, bueno, veo qué hago. Por lo menos, así lo veo yo. Una vez que uno tiene un hijo, hay alguien que depende completamente de uno ¿no? Y uno se tiene que hacer responsable”. Esta última frase parecería estar más alineada a las prácticas de las que en un principio intentaba distanciarse. Pero hay más: continua su relato con cómo fue su infancia, quién los crio y señala que, en su experiencia como madre, las necesidades económicas exigen que tanto su pareja como ella trabajen, aunque la responsabilidad de la crianza recaiga mayoritariamente sobre ella. Mala madre: ¿el fin de la maternidad? A lo largo de todas las entrevistas, es posible ver cómo en el orden del discurso se evidencia la violencia que ejerce la sociedad sobre las mujeres-madres. Un claro ejemplo de esto es el señalamiento de “mala madre” en contraposición con la “buena madre”. Siguiendo a la filósofa feminista, Judith Butler, en el libro El género en disputa: “El sujeto es el resultado de algunos discursos gobernados por normas que conforman la mención inteligible de la identidad” (Butler, 2007, p.282), en este sentido, ¿es el señalamiento de una mujer-madre como una “mala madre” una amenaza de destrucción de su identidad? ¿se trata de una amenaza de muerte? Desde nuestra perspectiva, no. En este punto, me parece interesante rescatar la idea de Butler para vislumbrar una oportunidad que ofrecen las propias instituciones, concretamente, el propio lenguaje. Basándonos en la capacidad creadora de los agentes, aunque el modelo de “buena madre” está culturalmente construido, las mujeres-madres mantienen una capacidad de acción, fundada en la reflexión sobre sus prácticas. Si bien cabe señalar que los sujetos, mujeres-madres, que crea la institución de la maternidad están delimitadas por lo cultural y lo discursivo, que las construyen y atrapan, no las conforman. Y es en este punto donde es posible pensar en la emergencia de prácticas que no estén “clausuradas” por esa cultura y ese discurso, es decir, por la norma. Castoriadis, por su parte, aporta los conceptos de sociedad heterónoma y autonomía (Castoriadis, 1998) que nos ayudan a entender estas transformaciones sociales como procesos de negociación. Toda sociedad contiene un sentido instituido, que tiende a la clausura del sentido, y otro instituyente con capacidad de creadora. A partir de esto, resulta esclarecedor retomar los intentos por parte de los colectivos feministas de transformar el sentido del término “mala madre”, la cual reviste un sentido instituyente que es resistido por la sociedad. Diversas agrupaciones feministas despliegan una estrategia discursiva para disputar el sentido hegemónico de maternidad y el conjunto de prácticas que implica, resignificando el término “mala madre”, dándole un sentido contra hegemónico. -Para vos, ¿qué crees que puede significar el término “mala madre”? E: Creo que algo grave, de mala madre, es irte al bingo y dejar al pibe encerrado en el auto. Eso eso lo veo gravísimo. Que no les den bola. O no sé... Irse de joda dos noches seguidas y lo tiras en lo de la abuela y no lo vas a ver porque te fuiste de joda y no porque estás trabajando o algo. Pero también hay que ver qué pasa con esa madre y su historia personal también ¿no? Es todo muy difícil… No hay que juzgar el tema de la madre… qué sé yo…. Yo hoy que estoy en ese lugar… y uno critica porque criticar es gratis, pero a conciencia, la verdad hay que ver la historia. -Lo curioso es que nunca se señala al padre como “mal padre”… E: Es verdad, siempre el mal padre es el que no paga la plata, el que no pasa la plata. - ¿Crees que el rol de las madres es más vigilado que el de los padres? E: Sí, totalmente. Seguimos con ese machismo de que el padre viene un rato, trae la plata y nada más. La sociedad no le encuentra mucho qué juzgar al padre, si paterna o materna bien. Si el padre se fue un fin de semana… Mientras ponga la plata. Acá, eso está muy retrógrado eso, para mí. - ¿Por qué crees que se debe esa diferencia entre los padres y las madres? E: Me parece que es una cuestión machista… Desde la cantidad de horas que la madre está con los chicos. Algo social todavía… que no se mide lo que están los padres o no. Si la realidad es que los padres suelen estar menos tiempo… ehhh… La madre también se expone mucho… Si vos ves que en una red social están opinando de vos, bueno, también te la tenés que bancar porque lo estás publicando… No sé… te doy un ejemplo boludo: Pampita, con eso del pole dance… Bueno, sí, la mina sintió preparada, pero nadie dice que, por ahí, el marido se fue todo un fin de semana con los otros hijos… Tampoco está mal eh, pero siempre se habla de lo que hace una. No sé si por la exposición o porque la mujer es la que está más tiempo. E: (Los hombres) El 90% acá… no sé, labura hasta las cinco o seis y es la madre la que está todo el día, pero, bueno, el hombre viene, en la mayoría de los casos ¿no?, viene con las cosas medianamente resueltas. ¿Viste que dicen: “siempre se cae cuando está con vos”? Y si, ¿con quién estuvo todo el día el pibe que se cayó? Sí, conmigo tiene más posibilidades de caerse que con el padre. En estos fragmentos de una de las entrevistas, se le pregunta a la entrevistada por el término “mala madre” y enseguida, desarrolla una serie de ejemplos que, según ella, son esclarecedores del término. Cuando se le pregunta por el rol del padre, reflexiona y admite que el juicio de valor siempre (o la mayoría de las veces) recae sobre las mujeres-madres y nunca (o casi nunca) sobre los varones-padres. Esta situación, la entrevistada, se la atribuye al machismo, como una respuesta obvia, pero sin poder describir por qué es así. El concepto “mala madre” fue construido por la norma para señalar el desvío, no se trata de un término independiente de la norma. La “mala madre” sólo es posible porque existe una “buena madre” y eso nos muestra que la propia institución de la maternidad posee una capacidad creadora, que la mantiene en movimiento y habilita las transformaciones. Malas madres: una respuesta feminista al problema de la maternidad patriarcal Los aportes teóricos tomados de Bourdieu nos permiten introducirnos en el problema sobre la maternidad patriarcal, una institución que ordena los cuerpos de las mujeres y las somete a una violencia silenciosa, pero violencia al fin, al cumplimento de una norma en torno a la maternidad. Nos permite entender cómo se da el proceso de socialización de las mujeres y detectar su inicio para poder desactivarlo desde lo discursivo y la práctica. Pero nos ofrece soluciones limitadas para emprender la transformación de las instituciones que empujan a las mujeres a la maternidad como único destino posible y que luego, desde dentro de la institución coaccionan sus prácticas. Castoriadis, por su parte, nos proporciona nuevas vías de escape, más cercano al pensamiento de Butler, en cuanto a la transformación social desde la propia institución. Judith Butler, filósofa feminista y militante, desarrolla una aguda visión sobre las problemáticas en torno al género. En este sentido, nos propone pensar qué intervenciones son posibles en la repetición del habitus. Retomar el concepto de “mala madre” para reconceptualizar la maternidad ya no como un orden fundacional y permanente, sino como un efecto producido, nos abre vías de capacidad de acción (Butler, 2007). Si la identidad es una práctica que significa, que vuelve a los sujetos culturalmente inteligibles como el resultado de un discurso delimitado por normas (Butler,2007), podemos pensar en estrategias la reapropiación del propio concepto “mala madre” para dotarlo de un sentido contrahegemónico, un sentido que busque conciliar la norma con el desvío, con el objetivo de transformar a la primera. La propuesta de transformación de Butler es fundamentalmente analizar las categorías con las que somos nombradas, que nos constituyen, nos producen como sujetos (López, 2020). Siguiendo esta línea, los movimientos feministas en un intento por resignificar la categoría de “malas madres”, transforman un universo de sentido, un orden simbólico, performativo, que moldea las prácticas de las mujeres y de esta manera, las libera de la muerte por la negación de su identidad. Las agrupaciones feministas, con frecuencia, efectúan una suerte de desenmascaramiento crítico de la violencia fundadora ocultada por el ajuste entre el orden de las cosas y el orden de los cuerpos. Tal como describe Butler: La principal tarea (del feminismo) radica en localizar las estrategias de repetición subversiva que posibilitan esas construcciones, confirmar las opciones locales de intervención mediante la participación en esas prácticas de repetición que forman la identidad y, por consiguiente, presentan la posibilidad inherente de refutarlas (Butler, 2007, p.286). Es preciso señalar las construcciones del habitus en torno a la maternidad, visibilizar su antinaturalidad fundamental y desplazar normas propias que permite la repetición. Este proceso de transformación nunca puede ser individual. Demanda la acción colectiva: “para Butler, no es la identidad sino la condición de precariedad, base de la alianza, de la acción corporizada y plural, del vínculo que alienta a aparecer en la esfera pública” (López, 2020). Pero, ¿quiénes y cuándo llevar a cabo este proceso de transformación? Existen momentos puntuales, de crisis y movilización social, la sociedad se abre a la oportunidad de cuestionar algunas de sus instituciones. Y volviendo al principio de este artículo, es en medio de las movilizaciones feministas como las que se dieron desde 2015 en adelante, donde se advierte la emergencia de un campo fértil para desenmascarar el orden social, dar cuenta de su historicidad y antinaturalidad y crear las bases para un nuevo orden. Referencias bibliográficas: Bourdieu, P. (1993). El sentido práctico, Taurus. Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama. Bourdieu, P. (2007). “La creencia y el cuerpo” en El sentido práctico, Siglo XXI Editores. Bourdieu, P. (1999). Meditaciones pascalianas, Anagrama. Butler, J. (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Editorial Planeta. Butler, J. (2006). Deshacer el género. Editorial Planeta. Castoriadis, C (1998). Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Gedisa. Castoriadis, C. (1996). Entrevista “Nuevamente sobre psique y sociedad” en Zona erógena, Revista de psicoanálisis y pensamiento contemporáneo. Despentes, V. (2018). Teoría King Kong, Penguin Random House. Federici, S. (2010). Calibán y la Bruja, Mujeres, Cuerpo y acumulación Originaria, Traficantes de sueños. Mariscal, C. L. (2020), “Fragmentos de una crisis simbólica. Ni una menos”. Material de Cátedra Seminario de Diseño gráfico y publicidad. Cátedra Ex Savranzky Ferme-Varela. Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad de Buenos Aires. Justo Von Lurzer, C. (2015), Mamá mala: crónicas de una maternidad inesperada. Hekth Libros. Kojève, A. (2006). La Dialéctica del Amo y del Esclavo en Hegel. Leviatán. López, S. (2020). Los cuerpos que importan en Judith Butler. Editorial Dos bigotes. Ricoeur, P. (2005). Caminos del reconocimiento. Trotta. Sitio web del Banco Mundial: Tasa de natalidad, nacidos vivos en un año (por cada 1.000 personas): https://datos.bancomundial.org/indicator/SP.DYN.CBRT.IN?end=2020&start=1960&view=chart Grado cero. Revista de Estudios en Comunicación. N°4 Octubre 2022 ISSNe 2683-9784 Facultad de Ciencias de la Comunicación. Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales Ciudad Autónoma de Buenos Aires Página 1 de 20