En otros contextos, ante un padre claudicante, estos jóvenes han tenido que producir su
propio padre. “Padre no tengo”, nos responden a la pregunta respecto del linaje.
En otros el exceso nos habla de un “exceso-ausencia”, de un primer desencuentro fundante
con la instancia materna. Se presentan con dificultades de pensamiento, trastornos identificatorios,
repliegue narcisista, incapacidad para tramitar duelos, fallas en las posibilidades anticipatorias tanto
a las situaciones de castigo como a las situaciones riesgosas.
David Maldavsky conceptualizó los avatares psíquicos de estos jóvenes en los que debido al
estrago parental el contexto legal no está desmentido sino desestimado. Nos dice que cometen
actos delictivos poniendo en riesgo sus vidas y las de terceros con una aparente intensa relación con
los demás. Su desapego afectivo frecuentemente culmina con un duradero estado de apatía. Se
presentan abúlicos, con una falsa fachada conexión y una máxima desconsideración hacia el otro. Su
carácter pasional ofuscado y su desinterés hacia los nexos mundanos los caracterizan, constituyendo
la abulia su núcleo organizador. Presentan una monotonía desvitalizante en la que lo diverso no
tiene significatividad. Transforman el dolor por sentirse suprimidos en letargo y salen de la apatía
con conductas violentas. A través de manifestaciones catárticas tratan de expulsar el problema,
viven en conflicto con el otro como forma de prevenir la caída en un sopor letárgico duradero
apareciendo la aniquilación del otro como una alternativa de liberarse de la propia autodestrucción.
Euforia mortífera, aturdimiento apático, acompañan un desenfreno hostil.
Maldavsky (1993) señala que estos sujetos pueden no reconocer situaciones que ponen en
riesgo su vida, presentando signos como hiperactividad, desborde y apatía.
Según Aksman (s.f.), los adolescentes no sienten que pierden, sino que se pierden a sí
mismos. Desfondada su subjetividad escuchamos de ellos frases como “total no tengo nada que
ganar, ni nada que perder”, y nos interpelan diciendo usted no es nadie para meterse conmigo.
El tránsito de “no soy nada ni nadie” a “usted no es nadie para decirme nada”, nos muestra
su condena a situaciones de anonimato y soledad. Si él no es “nada ni nadie” y el que está enfrente
tampoco lo es, ya no hay referencia a un tercero posible. Se supusieron abolidos por otro. No son